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Hola, atareado Bloguero! – Algo sabíamos de su búsqueda de datos sobre el teatro marplatense durante la franja (ya casi inmemorial) que se estira entre 1962 y 1976. Quienes pretendimos ayudarlo en ese rastreo volvimos con manos casi vacías. No aparecían los testigos veraces ni la documentación que sin embargo en algún repositorio o trastienda podría haber quedado. Retazos de recuerdos hablan de las primeras funciones cumplidas tras la demorada construcción del Teatro Diagonal, en nuestra Diagonal de los Tilos. Después de tediosas asambleas de socios y administradores de la vieja Casa del Pueblo (luego denominada Biblioteca Popular Juventud Moderna) fue imperioso relanzar el solar que hace esquina con Bolívar hacia una venta casi in extremis, en un proyecto de inversión inmobiliaria visto por algunos como traición a rancios ideales.


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Algunos militantes asociados a ese refugio de luchas e ideas, entre quienes no dejamos en el olvido a Héctor Woollands ni a Rubén García, aportaron en forma anónima buena parte de sus ahorros para contribuir a enjugar las deudas de aquel emprendimiento, que por entonces parecía “colosal”. Y lo era aun desde la perspectiva del financista que diseñó la operación transformadora de esa esquina en un edificio de propiedad horizontal,  su anexo de teatro lindero y la nueva Biblioteca con pasillo  de ingreso independiente.


La infiel memoria relata que en aquellos años, quizás hacia 1971, comenzaron los ensayos exigidos por el buen director marplatense Eliseo Domingo Agüero para montar sobre el escenario del Diagonal una obra de teatro que lo tenía fascinado y a todos nos cautivó. Se trataba de Nuestro pueblo – Our Town – de Thornton Wilder.  Parecía la más humilde e intrascendente comedia yanqui, aunque cada noche, en algún lugar de los Estados Unidos, (¿o del mundo?), tiene lugar una función no teatralizada de Our Town. Estrenada en 1938, deja de lado la versión realista, documentalista o cómica del teatro norteamericano para elaborar una imagen que ensambla  el  drama clásico con toques de realismo mágico. Crónica de una comunidad semirrural (Grover’s Corner) y sus habitantes, es una sublimación de la vida corriente transida de piedad por la existencia de esos sencillos aunque esperanzados pobladores. Un Traspunte que oficia de presentador, comentarista, narrador y enjuiciador, asume a la vez algunos roles en la pieza. Diluye las nociones normales de espacio y tiempo mediante una extrema simplificación escénica. No hay telón ni decoración, tampoco paredes ni compartimientos estancos que obstruyan la vista global hacia el interior de hogares, talleres e iglesia. Los espectadores que van llegando a la sala se encuentran con un escenario casi vacío y escasamente iluminado. Las vidas actuadas de esos 22 personajes equivalen al transcurso real de 17 años. En apariencia no ocurre nada en ese “idílico pueblo”, aunque el dramaturgo nos hace percibir y adivinar las tensiones y conflictos que subyacen tras lo visible. A medida que el drama se desarrolla, se desdibuja la apariencia de tarjeta navideña que escenario y personajes tenían al principio. No obstante, la marcha hacia el demorado  desenlace no pasa por experiencias trágicas que el fondo optimista de Wilder rehuye.

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Señor Bloguero: Querríamos que estas infirmes aserciones llegasen a conocimiento del apreciado Domingo Agüero para que las revise, corrija, complemente, y sobre todo para que estas líneas le lleven la certeza de nuestra emocionada admiración, la de entonces y la de ahora. Y nos desmienta si mal recordamos que en el elenco o “reparto” de los roles se destacaron Nelly Barrenechea, Armando Capó, Tanya Barbieri y el propio Héctor Woollands.


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Sin embargo, aquella temporada de puestas y representaciones de Nuestro pueblo en la sala del Diagonal marplatense no agotó su perennidad ideal con la última “bajada del telón”…, pues telón no había, ni decorados, ni bambalinas, apenas quizá unas sillas y una mesa. Pero eso sí: las viviendas del pueblo estaban sugeridas por el módico ensamble de unos listones de madera, sin paredes, sin techos, sin puertas. Daban el aspecto que aun hoy adquieren nuestras playas cuando, al comenzar el otoño, los carperos retiran las lonas y las sillas de los balnearios, y quedan las armazones de las tiendas vacías y huecas como esqueletos, casi negando que dos semanas antes hubiesen resguardado a los bañistas del viento y de miradas indiscretas. Pero en la escenografía de Our Town ya estaba prevista por el propio autor, y realzada por el director teatral, la absoluta intrusión de las miradas hacia el interior de las viviendas y de las almas.

Por una muy elemental asociación, casi refleja, de percepciones y recuerdos, aquella imagen de Nuestro pueblo dio un ágil salto hasta el siglo XXI cuando un talentoso autor de cine de este tiempo emplea esos mismos procedimientos en el film Dogville, de 2003.  Claro que en los diálogos y escenas de esta película ya no vivimos el clima casi idílico que campea en la pieza teatral de Wilder. Ahora, la rusticidad y la suspicacia de los aldeanos se expresan en la hipócrita aceptación con que reciben a la frágil protagonista, la encubren y luego  se las ingenian para denigrarla y explotarla en situaciones de sórdida tensión, como si intuyeran el aura ambigua de pureza y culpabilidad que la envuelve. Solamente un lejano parentesco visual pudo haber asociado en nuestra mente dos densidades artísticas tan diversas como las aquí mencionadas. No la intensa simbología que atraviesa situaciones y enunciados lingüísticos de un film nos condujo, don Bloguero,  a acercar este del año 2003 a la página donde usted anota sus evasivas memorias. La semejanza casi solo formal  de Dogville  con Our Town dio la señal para la cabriola al pasado ensayada desde el inicio de esta nota. Apenas repuestos de la sorpresa dada por una similitud asaz superficial entre ambas creaciones, era inevitable que el comando sugestivo de la segunda se impusiera. Cierto es que el imán del teatro continúa atrapando a multitudes sobre los eriales del arte; pero la fuerza sugestiva que el cine ha puesto en manos de Lars von Trier lo acerca a la plenitud de un demiurgo, capaz de plasmar situaciones colectivas crispadas en una amalgama de ternura y horror, con recursos reproductivos que el instrumento teatral  no habilita.


La diferencia en el tratamiento de una atmósfera de aldea rural norteamericana, en torno de los años de 1930, patentiza la disparidad de los enfoques técnicos y discursivos utilizables por uno y otro medio. En Dogville,  el pueblo como colectivo esquematizado sirve como herramienta crítica para representar la sociedad norteamericana. Ayudándose del instrumento de la doble moral, inflexible y rígida, somete a las víctimas, castiga a los débiles y ensalza a los fuertes. La sociedad se escande en una serie de normas de comportamiento, preceptos que ocultan las vías de escape de esa represión, elidiendo la verdad y utilizando artilugios expiatorios. SiOur Town ofrecía su transparencia a espectadores que veían el pueblo con una perspectiva lateral, en pie de igualdad escénica o desde un plano “inferior oblicuo”, enDogville prevalece el ojo de una “lente cenital”, adueñado como un dios de esos destinos perrunos a los que alguna vez terminará destruyendo, quizá porque allí nadie posee la entereza de cumplir el rol que la comunidad le encomienda. No esperemos de ello un The End  esplendoroso. Pero admitamos que “… La estremecedora radiografía de la crueldad y la rastrería humanas que se hace en esta película, por mucho que quede empañada por la sensación de irrealidad y absurdez que otorga su peculiar modo de realización, sigue siendo intachable e innegable incluso para el más bellota y obtuso de los seres humanos. Eso es así, y ni odiando a muerte a Lars von Trier se puede negar” [http://www.cinecutre.com/movie-review/dogville-2003/]. Como es certera la conclusión de la protagonista Grace,“Hay cosas que debe hacer uno mismo”.

Lejos de sellar con ello un juicio negativo para el film, resaltamos nuestro aplauso a la creatividad de su director y al audaz logro artístico de quien manejó las cámaras. No han de escatimarse elogios al desempeño actoral del reparto, en cuya lista sobresale con méritos propios Nicole Kidman, agigantada como actriz en comparación con su labor de pocos años atrás en Eyes Wide Shut. Tampoco se trata de reinventar para este sitio consideraciones de fondo y forma que analistas del oficio ya han prodigado en inteligentes ensayos, accesibles en la web. 
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Permítanos usted sin embargo, señor Bloguero, en reverencia a su declamada ideología liberal, disentir con alguna opinión que circula acerca de supuestas superioridades culturales europeas que otorgarían a intelectuales de allí (p.ej. a Lars von Trier) el privilegio de arrojar arena barrosa del Báltico sobre miles de pequeños pueblos estadounidenses, so pretexto de la inmoralidad reinante en éstos. Y después, hacerse aplaudir y premiar sobre alfombras rojas en U.S.A.- Tal actitud nos queda también muy al talle en nuestra Argentina, donde en el amplio espectro que va del ultranacionalismo al más zurdo extremismo, fácilmente tropezamos con críticas del siguiente tenor:


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“…La perversión, como expresión cultural de Norteamérica, queda evidenciada en la actitud que tiene Chuck cuando se dispone a violar a Grace. El personaje exige respeto y veneración por haber dado “acogida” a la “extraña”. Quien entrega seguridad es el primero en quebrar el don. El doble mensaje se aloja en el seno de una veneración androcéntrica, de culto a la figura paterna, que instala la domesticidad, la vida privada, en el centro del campo público. La moral privada es la que, en último término, rige las costumbres y actividades de la polis . La experiencia histórica de Norteamérica, en torno a sus prácticas esclavistas, etnocidas, xenofóbicas e intolerantes, ya sea, frente a la población afroamericana, inmigrantes europeos, latinoamericanos, minorías sexuales, etc., son evidencia de aquella pauta o ethos cultural que ahí se evidencia. El actual acontecer, respecto a las intervenciones militares de los últimos cincuenta años en distintos escenarios internacionales, apuntaría en aquel mismo sentido: la moral propia de un estado tiende a ser impuesto a otros, de manera violenta, soberbia y completamente justificada por el estilo de vida “americano”.

No hace juego con nuestras simplificadas ideas adjudicar a “von” Trier adhesión al holocausto por haber filmado Dogville y reconocido su admiración por el “personaje Hitler”, sólo porque al noruego Anders Behring Breivik, asesino de 77 personas, se le ocurriera declarar que Dogville es una de sus pelis favoritas. 

Mar del Plata, homenaje al Teatro Diagonal, diciembre de 2013  –  Carlos Haller


Video en castellano

Video en inglés

http://vimeo.com/34822845

 
Caliban: As wicked dew as e’er my mother brush’d
With raven’s feather from unwholesome fen
Drop on you both! a south-west blow on ye
And blister you all o’er! …
… This island’s mine, by Sycorax my mother,
Which thou takest from me. When thou camest first,
Thou strokedst me, and madest much of me; wouldst give me
Water with berries in’t; and teach me how
To name the bigger light, and how the less,
That burn by day and night: and then I loved thee,
And show’d thee all the qualities o’ th’ isle,
The fresh springs, brine-pits, barren place and fertile:
Curs’d be I that did so! …
… You taught me language; and my profit on’t
Is, I know how to curse. The red plague rid you
For learning me your language!

The Tempest, Act I, Scene 2

Caliban le enseña al bloguero

Vos también, como tantos, te has hecho el cuento de una autobiografía imaginaria, novela o mito personal o familiar de cuyos datos ya no podés guardar certezas y en cuya veracidad creés casi como en un dogma. A punto tal que no vacilás en relatarlos de cándida buena fe, sin temer siquiera que amigos y conocidos de otrora te desmientan. Hoy te toca revivenciar tu primera experiencia con “Ariel”; no la shakespeariana todavía, sino la del insigne intelectual, escritor y político uruguayo José Enrique Rodó (15 de julio de 1871 - 1 de mayo de 1917).

Desde 1943 estabas “sensibilizado” para la política, y si bien no ingresaste en ningún partido, al llegar a Mar del Plata frecuentabas la redacción del diario vespertino “El Trabajo”, de orientación “socialista” y municipalista,  onda Teodoro Bronzini. En 1949 y 1950, con algunos compañeros de colegio, “escritorzuelos y poetas”, fundaron y editaron una revista literaria titulada “Ariel”, de la cual fuiste secretario de redacción y llegaste a componer la presentación del primer número. Fue la única experiencia de auténtico “periodismo independiente” que tuviste en la vida, ya que los consejos orientadores de don Félix de Ayesa abarcaban tan solo “aspectos técnicos” mientras que los juveniles redactores y colaboradores debatían unos contra otros desde las propias páginas de la publicación, y la escasa publicidad que conseguían provenía del favor de algunos parientes “burgueses”. Tal vez haya algún ejemplar archivado en la biblioteca del colegio nacional “Mariano Moreno”, donde intentabas recibirte de bachiller junto a Néstor Martínez de Hoyo, Dora y Elsa Antoñanzas, Horacio Demóstenes Ayesa y Aurelio Junco.

¿Qué vieron ustedes en el Ariel de Rodó que les inspirara el antojo de dar ese nombre a la revista y al “círculo de la juventud Ariel” como pomposamente se designaban? Creo que fueron llevados a ello por la enorme dosis de idealismo americanista que ustedes atesoraban, incentivados por la bella escritura rodosiana. Si ese fue el eficaz anzuelo ideológico, pronto tuvieron que pagarlo frente a las burlas y el escarnio de otros coetáneos que lo criticaban desde las trincheras clericales, positivistas y “bolches”. ¡Vaya si éstos tenían razón en muchos de sus planteos! Hoy no parece importarte demasiado indagar tu propia justificación por ese deslumbramiento acrítico, sino mostrar a jóvenes actuales y no tan de hoy, la virtud educativa y elevadora que aún irradia la prosa arielina, siempre que no sucumban de un modo unilateral a ese susurro idealizador…

                                                                  

…Que necesita ser desmitificado, sin duda, o “desmistificado” como antes decían los camaradas del Partido. Corren rumores – casi deseos – de un resurgir de la espiritualidad por arriba de las instituciones religiosas, viejas o recientes. Bienvenidos, si implican el renacer del entusiasmo por construir puentes que unan extremos argentinos y americanos casi inconciliables. Pasarelas cuyo cielo sean valores, tengan el lenguaje como barras laterales de elevación, y como estructura una sólida y equilibrada economía material. Todo puente necesita al menos dos cabeceras donde apoyarse; si ambas forman un solo conglomerado indistinguible, no hace falta puente alguno ni caminantes que lo crucen.

Hace algo más de cien años, cuando se escribió el “Ariel” de Rodó, los EE.UU. de N.A. ya eran vistos como potencia social y económica amenazante por el resto de las naciones del continente. Esa supremacía no ha dejado de aumentar en la región, aunque va perdiendo terreno en el mundo mientras crecen otros gigantes. A la época finisecular del XIX e inicial del s. XX corresponde una acentuación de la autoconciencia iberoamericana, con vertientes nacionalistas, liberales y socialistas en dosis diversas. Rodó se sumó a esa autoconciencia desde los brillantes alegatos de su “Ariel” y un acentuado idealismo, llegando por momentos a soñar en una Iberoamérica unida en lo político y cultural. No era el adjetivo “iberoamericano” una designación arbitraria, ya que incluía al inmenso Brasil y tal vez imaginara que por gravitación atrajera  núcleos poblacionales menores aún dependientes de otras metrópolis europeas.

El siglo largo transcurrido desde la escritura del “Ariel” vio irrumpir en los escenarios públicos nuevos contingentes humanos, ya lejos el casi espontáneo mitin obrero de adhesión o protesta. Ahora eran cuadros civiles uniformados, armados y adiestrados; grupos insurrectos de color de piel diverso de la de los colonizadores; manifestantes urbanos que impiden la circulación y el funcionamiento de los servicios; pueblos originarios mimetizados con la montaña y la selva que se agrupan en reivindicación de recursos naturales. Con el reclamo prepotente de educación intelectual que deje sitio a expresiones irracionales de barbarie. Con la capacidad de denostar y escupir al opresor hasta entonces intocable. Los nobles, autoritarios Prósperos y los adaptativos Arieles se ven confrontados de hecho con insurgentes Calibanes, cuya resistencia asombraba a lectores de la Tempest shakespeariana y que hoy han adquirido prestigio cultural en doctrinas de rebelión descolonizadora, compendiadas por escritores como F. Fanon, J.P. Sartre, Roberto Fernández Retamar y otros. Ellos han retorcido el cuello al planteo arielista, volcándolo hacia ejes argumentales que dificultan reasumir el discurso idealista originario.

Es imprescindible contar con estas realidades para entender las fronteras del enfoque arielino, y así ya lo veían quienes arrojaban contra vos y conmilitones las befas que merecíais por haber creado en la Mar del Plata “fenicia”algo digno: el círculo de la juventud “Ariel” y su revista.

El sueño de una integración sur- y centroamericana fue un espejismo desde el comienzo de las gestas emancipadoras, como lo demostró la fragmentación política de nuestros embriones de naciones. Y la unidad de una lucha contra la hegemonía de Norteamérica nunca convino económicamente a las “burguesías patrioteras”. Sobre ese elemental fondo de realidades merece ser leída y rescatada – con sus insuficiencias – la señera posición de José Enrique Rodó a lo largo de su proficua obra, desde que ”Ariel” la hiciera conocer en todo el mundo ilustrado para inspiración de sucesivas generaciones juveniles.

Va de suyo que los fragmentos citados a continuación no suplirán la gozosa e imprescindible lectura del breve libro original. Estudiantes de inglés, así como lectores que tienen a ese idioma como lengua materna, no encontrarán difícil comprender en los siguientes textos la fluida prosa del gran maestro montevideano.- C.H.

Citas de “Ariel” en  inglés : http://www.humanistictexts.org/rodo.htm#Introduction

Nota de la Editora: a continuación se detallan las Fuentes que Carlos Haller utilizó para ilustrar su artículo. Luego de su enumeración, bajo el "Read more...", se encuentran aquellos textos que el autor ha escogido y mencionado en su colofón y que esta editora no tuvo ni la intención ni el coraje de retacear... ya que todos nos sirven para pensar las cosas de un modo diferente.

Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira el cielo, el cielo la mira. Sobre su masa indiferente y oscura, como tierra del surco, algo desciende de lo alto. La vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas manos de sembrador.-
 J.E. Rodó

Fuentes

  • Obras completas de José Enrique Rodó (1948): compilación y prólogo por Alberto José Vaccaro [1096 pgs.] – Buenos Aires, Ediciones Antonio Zamora/Ed. Claridad.
  • Citas en inglés: from Ariel by José Enrique Rodó, translated with an introductory essay by F. J. Stimson. Houghton Mifflin Company, Boston and New York, 1922.
  • A modern translation is available in Ariel by José Enrique Rodó, translated by Margaret Sayers Peden, forword by James W. Symington, prologue by Carlos Fuentes. University of Texas Press, Austin, Texas, 1988.
  • Sartre, Jean-Paul (1965): Colonialismo y neocolonialismo (Situations, V).- Trad. De J. Martínez Alinari.- Buenos Aires, Ed. Losada.-
  • Shakespeare, William (1937): The Tempest, in: The Works of  W. Shakespeare, Complete.-  Black’s Readers Service Co., New York.-

 
Que “segundas partes nunca son buenas” es opinión extendida aunque inaplicable al propósito de este artículo. Bastarían para refutarla algunos ejemplos del género policial o del prolífico y serial Alejandro Dumas, cuyos héroes se afirman y crecen en sucesivas tramas. El caso paradigmático de ello lo es la “segunda parte del ingenioso cavallero DON QVIXOTE DE LA MANCHA, por Miguel  de Ceruantes Saauedra, autor de su primera parte”: tras enconadas controversias, la mayoría de los críticos se ha pacificado en una admisión casi unánime de la pareja calidad literaria de ambas entregas y del  positivo desenvolvimiento estético y humano de la figura quijotesca.
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No puedo suscribir idéntico dictamen para la imagen literaria ulterior de Robinson Crusoe en The Farther Adventures of Robinson Crusoe  y menos todavía en una tercera parte del mismo Defoe titulada Serious Reflections during the Life & Surprising Adventures of Robinson Crusoe. Pero aquí no pretendo establecer juicios de calidad escrituraria o narrativa que exceden mi competencia, sino enhebrar reflexiones comparatistas concernientes a dos versiones transgresivas del molde argumental  y escriturario elaborado por ese autor en torno de su conocido personaje, ‘who lived Eight and Twenty Years, all alone in an uninhabited Island on the coast of America, near the Mouth of the Great River of Oroonoque; Having been cast on Shore by Shipwreck, wherein all the Men perished but himself. With An Account how he was at last as strangely deliver'd by Pirates. Written by Himself.’

El autor que escribió esos relatos y reflexiones delegó la responsabilidad de los mismos en el personaje protagónico, quien los narra y anota en primera persona hasta que llega el momento de citar los dichos del aborigen Friday. Búsquedas eruditas llevaron a la conjetura de que la inspiración y la motivación para redactar el primer Crusoe obedecieron a acicates diferentes. Era público el comentario acerca del naufragio de Alexander Selkirk, quien había pertenecido a la tripulación del filibustero William Dampier y, tras una rencilla con éste, fuera abandonado en una de las islas del archipiélago de Juan Fernández. Permaneció cuatro años y 4 meses a solas en dicha isla, hasta ser rescatado el 2 de febrero de 1709. Su historia fue escrita por Richard Steele y publicada en una revista o periódico en 1713. No es inverosímil que Defoe haya conocido a Selkirk como parroquiano de un pub de Bristol. Ahí tendríamos identificado al inspirador de la novela de aventuras que deleitó a niños y jóvenes de muchas generaciones.

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Pero las motivaciones del trabajo de escribirla parece necesario buscarlas en las vicisitudes de la existencia y en las convicciones cívicas o religiosas del autor, quien dividió en tres etapas su relato para alargarlo con pasajes de una acerba crítica social matizada con pías loas e invocaciones a la omnisapiente providencia divina. Ésta no dejó desguarnecido a su náufrago ni al propio Daniel Foe, cuya vanidad lo llevó a anteponer un ”de” a su nada noble apellido pero no lo eximió de acusaciones de espionaje político, de persecuciones de acreedores ni de ser exhibido en una picota (pillory). Su vida mereció ser novelada, no tanto por los  disgustos y peripecias que atravesó, sino por la creatividad literaria y periodística de que hizo gala. No suelo buscar explicaciones extraliterarias en las existencias reales de los  escritores que reverencio, pero con Defoe hago una breve excepción.  Cuando escribía sabia de qué hablaba, y cuando no, lo imaginaba con aguda verosimilitud. Podría ser el santo protector de quienes afrontan aprendizajes de supervivencia en situaciones extremas; aunque de santo tuvo poco,  llegó hasta los 70 años.

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El género de marras continúa de alguna manera muy vigente, si bien transformado por los cambios de las condiciones geográficas y técnicas. Ya no quedan islas ni continentes desconocidos o inexplorados, pero sí parajes desolados, zonas selváticas o montañosas donde esas situaciones de temporario o prolongado aislamiento puedan ser imaginadas y aun vividas. Los cada vez más frecuentes viajes de astronautas al “espacio exterior” y hacia otros planetas configuran un tipo de robinsonada, aunque los protagonistas mantengan la comunicación audiovisual con la base terrena.

La narrativa que estos sucesos reales engendran no siempre se agota en informes científicos. Igual que los antiguos viajes por mar, propician el vuelo de las fantasías literarias y sus multiplicadas versiones cinematográficas y teatrales, algunas bien trágicas. Huis clos, el experimento dramático de J.P. Sartre que tantas presentaciones escénicas logró, expone una robinsonada existencialista que lectores de hoy pueden encontrar en la web  http://www.rojosobreblanco.org/descargas/A%20puerta%20cerrada.pdf . Más interesante aún desde el punto de vista psicosociológico, sin desmedro de la calidad literaria, es la novela Lord of the Flies de William Golding, amarga e incitante robinsonada con adolescentes.

Muchos resúmenes, distorsiones e imitaciones ha sufrido el original Robinson Crusoe. No todos ellos son deleznables ni merecedores de rechazo. Quiero proponer uno interesantísimo, si bien fragmentado por respeto al espacio disponible. Donde de veras se pone interesante la novela de Defoe es cuando su náufrago, resueltas ya casi todas sus dificultades de supervivencia y adaptación el medio isleño, encuentra de repente la huella de un pie humano estampada en la arena de la playa. En el texto de 1719 la escena comienza así:  "One day, about noon, going towards my boat, I was exceedingly surprised with the print of a man's naked foot on the shore, which was very plain to be seen on the sand." Un “fiel” aunque extravagante racconto de aquel episodio y sus secuelas ha sido reescrito así por Mary Godolphin:

 “One day at noon, while on a stroll down to a part of the shore that was new to me, what should I see on the sand but the print of a man's foot! I felt as if I was bound by a spell, and could not stir from, the spot.

Bye-and-bye, I stole a look round me, but no one was in sight, What could this mean? I went three or four times to look at it. There it was—the print of a man's foot; toes, heel, and all the parts of a foot. How could it have come there?

My head swam with fear; and as I left the spot, I made two or three steps, and then took a look round me; then two steps more, and did the same thing. I took fright at the stump of an old tree, and ran to my house, as if for my life. How could aught in the shape of a man come to that shore and I not know it? Where was the ship that brought him? Then a vague dread took hold of my mind, that some man, or set of men, had found me out; and it might be, that they meant to kill me, or rob me of all I had.

How strange a thing is the life of man! One day we love that which the next day we hate. One day we seek what the next day we shun. One day we long for the thing which the next day we fear; and so we go on. Now, from the time that I was cast on this isle, my great source of grief was that I should be thus cut off from the rest of my race. Why, then, should the thought that a man might be near give me all this pain? Nay, why should the mere sight of the print of a man's foot, make me quake with fear? It seems most strange; yet not more strange than true.”


Cotéjese el texto original del Robinson Crusoe con el tramo transcrito: nada más correcto ni compendioso en cuanto al argumento y a la secuencia narrativa; mas obsérvese en qué residen sus “infidelidades”. 

Una contrafactura ingeniosa

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Foe, la novela más breve de Coetzee, vale como una obra maestra y así lo han señalado muchos críticos. Escrita en plena vigencia de los estudios sobre polifonía e intertextualidad, es un elocuente ejemplo de cómo un texto clásico se toma como pretexto para construir una novela llena de referencias. La narradora de Foe es Susan Barton, una mujer que tras sobrevivir a un naufragio y convivir en una isla desierta con Robinson Crusoe y su esclavo mudo, Viernes, regresa a Londres con la firme intención de que el eminente escritor Daniel Foe narre en una novela lo acontecido en la isla. La reescritura del clásico de Daniel Defoe da voz a una nueva versión de la historia. La evolución del personaje central, la narración epistolar que constituye gran parte del libro y el suspenso propio de la trama, hacen de Foe un relato ambicioso y original. También, va de suyo, transgresor y deformador al máximo de la trama original.

Puedo proponer, a quienes  no estén ya componiendo su propia robinsonada, un ejercicio de escritura que vaya a contrapelo del Crusoe inicial; un intento diverso del de Coetzee aunque inspirado en su propia narración disidente. A semejanza del juego de alcanzar al payador un estribo de versos muy conocidos y cantados para que, haciendo pie en ellos, lance al galope su propia  fantasía, ahora se trataría de “estribar” o calzar el pie literario en el fragmento de texto con el que se inicia la novela Foe y desde ahí, sin saber más sobre la trama de ésta, entretejer una nueva secuela argumental. Cada uno lo haría en el idioma que mejor domine, y habrá oportunidad de ulteriores cotejos con el relato producido por el genial escritor sudafricano. He aquí el pasaje copiado como disparador de la nueva escritura:

 At last I could row no further. My hands were blistered, my back was burned, my body ached. With a sigh, making barely a splash, I slipped overboard. With slow strokes, my long hair floating about me, like a flower of the sea, like an anemone, like a jellyfish of the kind you see in the waters of Brazil, I swam towards the strange island, for a while swimming as I had rowed, against the current, then all at once free of its grip, carried by the waves into the bay and on to the beach.

There I lay sprawled on the hot sand, my head filled with the orange blaze of the sun, my petticoat (which was all I had escaped with) baking dry upon me, tired, grateful, like all the saved.

A dark shadow fell upon me, not of a cloud but of a man with a dazzling halo about him. “Castaway”, I said with my thick dry tongue.. “I am  cast away. I am all alone”. And I held out my sore hands.

The man squatted down beside me. He was black: a Negro with a head of fuzzy wool, naked save for a pair of rough drawers. I lifted myself and studied the flat face, the small dull eyes, the broad nose, the thick lips, the skin not black but a dark grey, dry as if coated with dust. “Agua”, I said, trying Portuguese, and made a sign of drinking. He gave no reply, but regarded me as would a seal or a porpoise thrown up by the waves, that would shortly expire and might then be cut up for food. At his side he had a spear. I have come to an island of cannibals.

He reached out and with the back of his hand touched my arm. He is trying my flesh, I thought. But by and by my breathing slowed and I grew calmer. He smelled of fish, and of sheepswool on a hot day.’
El Robinson original ha sido leído como alegoría del “hombre natural” roussoniano, elogio del colonialismo civilizatorio europeo al que indirectamente denuncia, vibrante manifiesto individualista, parábola del arrepentimiento de los pecados y alabanza de la providencia divina. Sin ir más lejos, el propio Coetzee sostiene en uno de sus ensayos que Crusoe “se ha convertido en un personaje de la conciencia colectiva de Occidente”, una “persona viva” más allá de la ficta autobiografía que lo retrata y que eclipsa al autor Defoe, con ser éste sin embargo uno de los inauguradores de la novela realista inglesa. El personaje continúa ajustado a cánones doctrinarios tradicionales en cuanto reitera el modelo mítico de la desobediencia, el castigo y el arrepentimiento, esquema sin el cual no habría relato atrapante para contar; comparte asimismo los prejuicios europeos de etnocentrismo cultural y descalificación  del primitivo como salvaje o caníbal, y en ese sentido justifica la conquista y la esclavización. A Defoe lo interpreta como un laborioso trabajador de la producción literaria y periodística que sabe “vender” los frutos de su tarea, sin depender de los mecenazgos de aristócratas o burgueses enriquecidos [Costas extrañas, citado aquí al pie, p. 30-36].

El Foe de Coetzee puede ser entendido como una contraescritura de ese mito robinsoniano, tanto en lo concerniente a Robinson como a Defoe. Con ello incita a componer otros relatos igualmente transgresores, como lo sería  el “ejercicio” propuesto unos párrafos antes. No hay recetas a ese fin, si bien vale examinar algunas observaciones de la crítica: la lucha del personaje femenino por sobrevivir en el ambiente hosco de la isla con un Cruso poco sociable y un Viernes privado de lenguaje,  la insistencia de ella en imponer su propio relato al escritor masculino, autor-enemigo (foe) que depende de la narradora pero se aferra a su propio propósito compositivo y temático dictado por la experiencia profesional.  Susan Barton es así la protagonista de la novela; interactúa con Foe en niveles de subordinación y superioridad, y además sufre las perplejidades de una mujer que había partido en busca de su hija y no logra reconocerla cuando alguien se presenta como tal. Los críticos ideológicos, políticos y psicosociológicos de la novela Foe la han desmenuzado y reinterpretado a sus anchas desde sus respectivas trincheras, incluida la lacaniana. En la Red pueden encontrarse algunos de sus engendros, que exceden la capacidad de quien esto escribe y de la presente página.

El náufrago y “su hombre”

J.M. Coetzee nació en Sudáfrica en 1940 y ya no reside allí. Enseña, traduce y escribe; ganó varios premios y en 2003 el Nobel de Literatura. La novela Foe fue editada por primera vez en 1986 y, como sus otras producciones, vertida a varios idiomas. El escritor ha contado su infancia y su juventud; narrado acontecimientos de humanísima carnadura, dramáticos y ricos en su fictivo ropaje. Pero cuando en diciembre de 2003 le tocó leer ante la Academia Sueca del Nobel la alocución de práctica en tales ocasiones, dedicó todo ese discurso al tema que por lo visto y oído más lo fascinaba en esos momentos: la historia del célebre náufrago retornado a la patria después de casi 30 años,  la de “su hombre” o sea my man Friday a quien había salvado de morir y hecho su sirviente, y la del prolífico escritor y panfletista que los había legado en forma novelada a la posteridad como tema de disfrute o saqueo para jóvenes y maduros lectores, para imitadores y detractores. No está aún legalmente autorizado transcribir  en su integridad ese discurso, pero se nos permite el placer – exento de fin lucrativo –  de gustar algunos de sus párrafos en el mismo idioma en que fuera pronunciado. Lleva como título He and His Man.
...It seemed to him, coming from his island, where until Friday arrived he lived a silent life, that there was too much speech in the world. In bed beside his wife he felt as if a shower of pebbles were being poured upon his head, in an unending rustle and clatter, when all he desired was to sleep.

So when his old wife gave up the ghost he mourned but was not sorry. He buried her and after a decent while took this room in The Jolly Tar on the Bristol waterfront, leaving the direction of the estate in Huntingdon to his son, bringing with him only the parasol from the island that made him famous and the dead parrot fixed to its perch and a few necessaries, and has lived here alone ever since, strolling by day about the wharves and quays, staring out west over the sea, for his sight is still keen, smoking his pipes. As to his meals, he has these brought up to his room; for he finds no joy in society, having grown used to solitude on the island.

He does not read, he has lost the taste for it; but the writing of his adventures has put him in the habit of writing, it is a pleasant enough recreation. In the evening by candlelight he will take out his papers and sharpen his quills and write a page or two of his man, the man who sends report of the duckoys of Lincolnshire, and of the great engine of death in Halifax, that one can escape if before the awful blade can descend one can leap to one's feet and dash down the hill, and of numbers of other things. Every place he goes he sends report of  that is his first business, this busy man of his [...].

Bibliografía

  • Coetzee, J.M. (2005): Costas extrañas. Ensayos. (Trad. de Pedro Tena) – Bs. Aires, ed. Debate.
  • Coetzee, J.M. (2005): Foe.- (Traducción de A. García Reyes) - Buenos Aires, ed. Mondadori.
  • Defoe, Daniel (1963, 1974): Robinson Crusoe. – Barcelona, ed.Vosgos (sin datos del traductor; edición legible y completa, para lectores jóvenes. Dato curioso: el personaje Viernes aparece con el nombre de “Domingo”).
  • Praz, Mario (1976): La Literatura inglesa (vol. 2).- Trad. de C. Coldaroli – Bs.Aires, ed. Losada.

 
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Los pacientes lectores de esta sección han de sentirse ya saciados de los temas históricos, literarios y teatrales que les he estado imponiendo. Aunque reincida en ellos, hoy se añade uno quizá más placentero, como que suele tocar de un modo sensible las fibras primordiales de la emotividad: la música. No la que algunos denominan “música pura”, así llamada cuando se aleja de motivaciones programáticas, narrativas, pictóricas, plásticas, ideativas o utilitarias, sino casi lo opuesto: la que alimenta entusiasmos, estimula esfuerzos, suscita adhesiones o repulsas.

Si el título de esta nota inclina la atención sólo hacia uno de los subgéneros musicales –  de los más populares, por cierto, las marchas, - -  no la circunscribe en exceso al destacar una de sus muestras: It’s a Long Way to Tipperary.  Hay razones de conveniencia para escogerla: su sencilla y simpática melodía (que cada banda musical interpreta al ritmo aconsejado por la circunstancia), y el hecho de que su letra o texto sea fácilmente entendible para estudiantes del idioma inglés. Hubo una anterior, solamente titulada "Tipperary" (an Irish County), que “prendió” menos en el favor de los melómanos. 




Sin más exordios, dispongamos  corazones y oídos para escuchar, bailando o marchando,  y repetir los versos; aquí va su link: 














y también esta versión por otro intérprete: 










No está mal  la que ejecuta, sin canto, una banda de los Irish Rangers, denominación que no sabemos con exactitud si hoy corresponde a un cuerpo militar de la República de Irlanda o a uno del Ulster ;  dejemos que lo aclare un estudioso de estos  temas: 

 


A  continuación, el  inicio de su texto:

Up to mighty London came
An Irish man one day,
All the streets were paved with gold,
So everyone was gay!
Singing songs of Piccadilly,
Strand, and Leicester Square,
'Til Paddy got excited and
He shouted to them there:
It's a long way to Tipperary,
It's a long way to go.
It's a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!
Goodbye Piccadilly,
Farewell Leicester Square!
It's a long long way to Tipperary,
But my heart's right there.
Paddy wrote a letter
To his Irish Molly O',
Saying, "Should you not receive it,
Write and let me know!
If I make mistakes in "spelling",
Molly dear", said he,
"Remember it's the pen, that's bad,
Don't lay the blame on me".
It's a long way to Tipperary,
It's a long way to go.
It's a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!Goodbye Piccadilly,
Farewell Leicester Square,
It's a long long way to Tipperary,
But my heart's right there.

Compuesta en 1912 por Jack  Judge, la marcha tiene unos cuantos versos más que han sufrido modificaciones al ser cantados por las tropas británicas en el frente de lucha de la World War I (primera Guerra Mundial, 1914-1918). Su primer registro discográfico data de 1914, con el sello Victor y la voz del tenor irlandés John Francis McCormack.  


Ilusión, nostalgia, esperanza

El ritmo gracioso, casi alegre de la tonada, trae por sí solo insinuaciones optimistas para quienes anhelan llevar a buen término una fatigosa marcha y continuar con vida después del riesgo asumido. Los versos que se cantan a su ritmo parecen dar aire al deseo de regresar pronto a los brazos de la amada, con desprecio de las riquezas y placeres que pavimentan las calles de la gran ciudad. Una buena dosis del mejor humor irlandés engalana la sencilla composición y tal vez haya ayudado a más de uno a disipar por momentos la melancolía de la coyuntura y aun el talante depresivo. Sólo la imaginación puede reconstruir algunos de los pensamientos que, más allá del aturdimiento inducido por el ritmo melódico de la marcha y la fatiga del trayecto dejado atrás,  hayan quizá pasado por la mente de los marchistas. Algunos, en vez de retozar de nuevo sobre las verdes praderas de Éire, debieron recorrer otro long way antes de arribar a las celestes mansiones.

Las marchas como música popular

Es penoso, para quien escribe en la propia patria, verse obligado a justificar que concibe a las marchas más difundidas como un subgénero de la música popular. Lejos está, por ende, de sacralizarlas hasta convertirlas en instrumentos de cierto revanchismo militarista siempre al acecho, como suele hacerse en los festejos conmemorativos de  lejanas gestas independentistas y las no tan remotas ocupaciones, rendiciones y fricciones emanadas de un legítimo reclamo territorial.
Son notorios los efectos excitantes y a la vez ofuscantes que los compases marciales tienen la virtud de infundir en el ánimo de escuadrones dispuestos al combate. Tanto más si van siendo cantados con versos que alientan a la lucha y a la destrucción de quienes se les opongan,  enemigos presuntos o reales. Si no propician el enfrentamiento armado, al menos animan a los que avanzan a paso firme en un orden cerrado o distendido. En los deportes de competición, azuzan para el ataque o la entereza moral del equipo al que apoyamos. No merecen elogios, por cierto, los peligrosos batallones de hooligans o de “barras bravas” que hoy proliferan en torno de ese magnífico deporte llamado football.
 Cuando la violencia de las hinchadas no estaba aun tan desbordada, podían oírse desde las tribunas los ingeniosos y un tanto soeces cánticos futboleros; pero también, antes de comenzar los partidos, escuchábanse los himnos compuestos o adoptados como homenaje para cada uno de los clubs que presentaban sus respectivos teams. Recuerdo, por ejemplo, que la melodía de la marcha It’s a Long Way to Tipperary fue utilizada como soporte musical para los versos de un himno del club atlético River Plate, como los tengo en la memoria a partir de la orquestación de Francisco Canaro y se escucha en:
Nos llenaba de orgullo que nuestro colegio – con sus abanderados al frente – se viese aplaudido por los espectadores apelotonados sobre las “veredas”; aplausos rubricados por la banda militar o policial que nos dictaba el ritmo desde los altoparlantes, haciéndonos creer que desfilábamos mejor que los mismos soldados. En verdad, sólo “marcábamos el paso” (como nos indicaban nuestras maestras), recuperando así el étimo de la palabra “marcha”. Aun en tiempos universitarios, cuando ya nos creíamos desligados de toda disciplina, marchábamos en grupos compactos y no alineados por las calles, entonando la “Canción del Estudiante” a ritmo de marcha, que de ninguna manera había sido imaginada ni compuesta así por el excelente músico Francisco García Jiménez
También cantábamos, a voz en cuello los “…Rivas, Díaz, Charlone y otros mil” que se mencionaban en la magnífica marcha Curupaití, compuesta por el “oriental” – y “negro” por añadidura – Cayetano Silva. Después dejaron de cantarse esos versos, tal vez para no ofender a los paraguayos ni enturbiar la buena armonía entre nuestro presidente y el dictador Stroessner. No estaría de más echar un vistazo a la biografía de ese meritísimo maestro de banda y músico Silva, casi olvidado no obstante haber compuesto también, entre otras, la internacionalmente admirada Marcha San Lorenzo (no “de” San Lorenzo!).

En suma: todavía no estaban tan envenenadas por los recelos recíprocos, como hoy, los vínculos sociales entre la institución militar y la comunidad civil, por más que en nuestra patria no hayan escaseado – desde 1810 – las chirinadas, los golpes militares defenestradores de gobiernos, las revoluciones a facón y degüello o a pura bala, la “Hora de la Espada” proclamada por el más grande de nuestros poetas, Lugones, y ejecutadas por generales financiados por la banca y el petróleo, en ese vaudeville político-castrense escenificado desde 1930 y 1943 en adelante.

Lejos de aceptar las interpretaciones “militaristas” de este escrito, se intenta evocar aquí  las resonancias populares de la música mejor llamada “marcial” que “militar”. Ese abordaje requiere conocimientos de repertorios y géneros musicales que el autor está lejos de poseer. De ahí que deba limitarse a las escuetas ejemplificaciones que, lejos de agotar la vastedad del tema,  habilitan un excurso hacia las afamadas posibilidades rítmicas del idioma inglés.- 
El nombre y la cosa

En inglés, el verbo to march , sus conjugaciones y el sustantivo march difícilmente son confundidos con martial  y sus acepciones, a saber: 1. Of, relating to, or suggestive of war.-2. Relating to or connected with the armed forces or the profession of arms.-3. Characteristic of or befitting a warrior. Por insuficientes que sean las definiciones, parece adecuada la que denomina march  (como género musical)  a la  piece of music with a strong regular rhythm which in origin was expressly written for marching to and most frequently performed by a military band.- De inmediato se levantarán reparos alusivos a la polisemia del vocablo, por sus diversos significados vastamente difundidos y la extensión de su uso, no circunscripta al ámbito castrense. Pensemos tan solo en las marchas nupciales (la de Oberon y Titania en la música para A Midsummer Night’s Dream-Ein Sommernachtstraum, de Mendelssohn-Bartholdy, y la coral, muy ceremoniosa de Richard Wagner para su Lohengrin);  las de pausado compás fúnebre como la del cortejo de Siegfried en Götterdämmerung; las plenas de frescura y vitalidad del norteamericano John Philip Sousa que dieron fondo a tantos films de cowboys (o westerns) , así como la sempiterna "Anchors Aweigh" de Zimmerman y Miles que acompañaba los noticieros estadounidense  de la 2ª Guerra Mundial. 
Presumibles orígenes de las marchas

La inutilidad de saber “el origen” de algo como condición de su mejor conocimiento actual, no exime a los humanos de escudriñar el pasado. Hasta que no podamos leer en los registros que – según algunos – guardan los sucesos de todo el universo, nos conformamos con imaginar grupos humanos prehistóricos caminando, provistos o no de rudimentarias armas, en busca de presas animales o de adversarios. Si la marcha es larga y el terreno llano, no es de extrañar que se establezca entre los integrantes un ritmo espontáneo de desplazamiento, quizá acompañado de un golpeteo o parloteo a compás que aliente la acción. Es una conjetura sin asidero probatorio, sólo fundada en la hipótesis de un ritmo biológico, propio de todos los seres vivos, que se manifiesta en la variación regular de los movimientos musculares. Éstos no suelen desarrollarse de un modo continuo, sino sujetos a ciclos o períodos dependientes de factores externos, ambientales, cósmicos, o bien internos como el tono muscular, los latidos del corazón, la función respiratoria, la tendencia a expresar emociones con la voz (canto) o con el cuerpo (baile, marcha).

Y en tiempos más cercanos, cuando astillas de los tacos de los borceguíes saltaban sobre el  pavimento y el adoquinado de las calles internas del cuartel durante extenuantes ensayos de desfiles, sonaba a gloria si alguna sección de la banda del regimiento daba el compás de la marcha y aun más si podíamos cantarla. Entonces la melodía y su ritmo actuaban como un mantra sobre el conjunto de reclutas, infundiendo energía bajo esa bóveda electrizada de sonido y ritmo. Hoy, la ciencia físicoacústica explora esa clase de efectos, sin llegar tal vez a calibrar todo su influjo emocional y energético cuando a ellos se añade el imán de las voces humanas simultáneamente entonadas. Marguerite Yourcenar declararía esos influjos  análogos al de la misa otrora cantada en latín en las ceremonias católicas, sin darles una interpretación sobrenatural o mística [ver de esta autora el artículo titulado Lo Yoga della Potenza en el libro El Tiempo, gran Escultor , ed. Taurus/Alfaguara, Madrid 1999].

La profesionalización de las bandas militares, que se aceleró en el siglo 19, hizo de ellas un factor de entusiasmo patriótico y de lucimiento social. Sus músicos y conductores desarrollaron altos grados de habilidad en la materia y algunos de ellos descollaron como compositores e intérpretes. Además de marchas, supieron ejecutar melodías del repertorio universal y folclórico además de música sinfónica transcripta  para vientos y percusión. Compositores célebres no desdeñaron incluir tiempos marciales en sus sonatas y sinfonías; a su turno, eminentes directores de bandas militares compusieron inolvidables marchas, polcas y valses. Mencionemos tan solo el Radetzky Marsch de Johann Strauß, el Florentiner Marsch del checo Julius Fučík y la apasionante serie de marchas, valses y polcas del austríaco Karl Michael Ziehrer. Están muy difundidos en placas y otros soportes de grabación de todo el mundo, y no queremos abusar de citas de internet a fin de evitar demandas resarcitorias.

Carlos Haller
versión completa en: 
http://reyaller.wordpress.com/

 

Patrick Orpen Dudgeon 
M. A. (Cantab.)
London, 1914  –  Buenos Aires, 2012

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Patrick Dudgeon y a su derecha Jeannette Seyahian
   With love  and gratitude I remember  the man who was my teacher, my mentor, and lately my friend, my bosom friend.

   Mister Dudgeon arrived to Argentina in 1936, he dedicated his whole long life to teaching and writing. His good humor, his gentleman like attitude, his handsome looks made this scholar and outstanding human being.

    I remember in the sixties at the Cultural Inglesa, high level studies in Juncal Street , females, including myself were dumbed  the moment he entered the class.  This Englishman’s good looks were stunning. His knowledge of the language superb, his methodology unique. Mister Dudgeon was Master of Arts (Cambridge University) .He lived in Buenos Aires, he taught  at the Cultural Inglesa, at the Profesorado de Lenguas Vivas, and at Santo Tomás Moro,  the English Institude he founded. 

   He had a dominion of Latin, French, German and Spanish, he had a knowledge of Greek, too, though poor,  he used to say.

  He also founded a play reading circle in Mar del Plata in the year 2000.
                                                                        
  He was President of JASBA Comitee,  (Jane Austin Society of Buenos Aires), also President of the Buenos Aires Branch of the Dickens Fellowship (the latter was founded by Miguel  Alfredo  Olivera) in 1961. Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Miguel Alfredo Olivera and Patrick Dudgeon were the four presidents  of the Dickens fellowship.

  He promoted conferences, invited Patrick Morgan, Jorge Luis Borges and others. Among his friends were Graham Green, Lawrence Durrell, Vivian Leigh, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Eduardo  Mallea, and Miguel  Alfredo Olivera, his close friend. He enjoyed life at the utmost, .he enjoyed his daily whiskey, and he always remarked that his good health was due to this habit. He used to say “It’s my medicine “. His long life may well be a proof of this. He had a close relationship among some of his students,  Alejandro Cabrera Bourgeois was one of them  who accompanied and attended him  lately.

 If not a renowned writer of poet, he will nevertheless be always be present  in our lives, the lives of people who love English and English Literature.

  His writings and essays can be found  in the appendix of  “A Story of English Literature” by Sainstbury where he resumes the story from 1870 up to 1950 approximately, published by Editorial Losada in 1957.

    He published  in the magazine ”Realidad” (1948 - 1949) about T.S. Eliot: a study of his writings by several hands,  also about George Orwell and H.G .Wells. In 1959  “Teatro Inglés del Siglo XX” (en colaboración con Miguel Alfredo Olivera). He founded and directed the literary polyglot magazine “Agonía¨ which had collaborations in Spanish, English, French , German and Italian. In poetry he wrote THE FANATIC HEART (30  poems in English ) published in 1949.  He made translations from Spanish to English of Miguel Alfredo Olivera’s works.

Generous , humble ,highly esteemed man, you will always be in my mind.

Jeannette Seyahian

Por haber conocido y admirado al distinguido scholar que fue Mr Patrick Orpen Dudgeon, me asocio al sentido homenaje que en su memoria ha escrito para este blog la Profesora Jeannette Seyahian, entusiasta seguidora de sus enseñanzas que mantiene “encendidos los fuegos” del Círculo de Lecturas creado en Mar del Plata por aquél. Nada añado a lo que la discípula ha expresado con justicia y claridad sobre los méritos del maestro, pero quiero rescatar una muestra del personal estilo de este último y reproduzco a ese fin un fragmento de lo que dijo al recordarse las actividades de una de las instituciones culturales que contribuyó a forjar.- C.E.Haller. 29 de octubre, 2012
                              THE HISTORY OF "THE JANE AUSTEN SOCIETY"

   It all began quite quietly and simply -as the nice things in this world usually do- about sixty years ago, in 1940, to be precise. Dorothy Darnell had the bright idea and it caught on. It has today about twelve branches and close on two thousand members.

   Then, in 1975, Canadian-born Joan Austen-Leigh, great-great-great-niece of the novelist, met Jack Grey of New York, a fellow Janeite, at Chawton, and they decided to launch JASNA, the Jane Austen Society  of North America, covering the U.S.A. and Canada. JASNA has today between four and five thousand members.

   JASNA gave birth to JASA, the Jane Austen Society of Australia, with independent centres at Sidney, Melbourne and Adelaide. Nora Walker founded JASA in about 1990. They have today about four hundred and fifty members.(...)

    We were the first (...) Jane Austen Society in South America. Be proud of the fact, keep the home fires burning, organize your events, publish your proceedings, make our Centre as good as any other. But we have no money, you cry. Yes, you have. It’s in your own pockets and purses.

I founded The Buenos Aires or B.A. Jane Austen Society on August 26th, 1997, at 2934 Güemes Street, and the Act of Foundation hangs framed in my room at 2932 Güemes Street for anyone to see. In other words, we have been going, in existence for just over three years. In that short space of time we have re-read the six famous novels, read the three unfinished ones, and viewed the superb B.B.C. videograms. No mean achievement! I doubt whether as much has been done in so short a space of time by any other Jane Austen Society anywhere else in the world.

   This sounds like blowing your own trumpet, which you are not supposed to do in polite society. But, as I always say, if you don’t, who else will? Perhaps, though, we shouldn’t crow too loud or think we’re the cat’s whiskers. Let us remember that Jane Austen herself, in the seven years she lived at Chawton, revised her first three novels and wrote another three. All in the parlour of the little house at Chawton, with all the interruptions you can imagine because she was a housekeeper as well as a writer, on a little rectangular writing-desk (inherited by Joan Austen-Leigh and presented by her to the British Library) with a quill pen and ink and in longhand. No shorthand for her, or secretaries, fountain or ballpoint pens or biromes, or copying agencies, or computers or any of the gadgets we pampered children of the Technological Revolution resort to!

    Patrick  Dudgeon M.A. (Cantab.)

 
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Why are we excepted from the beautiful cycle of nature?

En la porción del planeta Tierra donde nos incumbe reeditar estos tres fragmentos textuales, y en la fecha en que son recopilados (octubre de 2012), se cumple otro aspecto de un rito cultural que asocia influjos cosmológicos, ciclos vitales y tradiciones poéticas con conceptos de renacimiento y juventud. Aunque esos fenómenos abarquen tan solo unas pocas realidades de nuestro multíparo mundo, pues incontables nacimientos y ciclos de vida se cumplen en toda época del año, no es infructuoso invocarlos como pretexto de conmemoraciones y homenajes. Esta vez habíamos pensado rescatar un bello trozo de prosa novecentista, escrito en alemán y ex profeso referido a la Primavera, para proponerlo como objeto de disfrute sentimental y moral a la consideración de lectores también dispuestos a apreciarlo y criticarlo, en castellano e inglés. Lamentamos que nos fallara nuestro habitual proveedor de textos en este último idioma, pero no tardamos en dar con unos párrafos del mismo autor tenido en mira, Friedrich Hölderlin, dedicados a un tratamiento sentimental y romántico de las ilusiones, expectativas y desengaños que en él provocara su propia etapa de Juventud.

Nacido en uno de los diminutos reinos del sur de Alemania en 1770, Hölderlin cursó estudios de Teología y Filosofía en el seminario luterano de Tübingen, donde compartió vivencias con los futuros pensadores Schelling y Hegel. Fue asimismo estimado por escritores y poetas de la talla de Goethe y Schiller, aunque vivió en la estrechez económica impuesta por sus  pocos ingresos y los considerables disgustos como preceptor de familias adineradas. Consciente de la debilidad política del evanescente imperio medieval alemán, soñó un renacer cultural germano basado en la amalgama del pietismo suabo con la resurrección de la Grecia órfica, dionisíaca y mitológica, cuyos dioses no eran para él las figuras estáticas plasmadas por el arte clásico, sino presencias espirituales vivientes dadoras de nuevas energías vitales. Pero en 1807, tras sufrir algunos episodios de debilitamiento físico e intelectual, fue llevado al hogar del carpintero y ebanista Ernst Zimmer, donde hasta su muerte en 1843 se hospedó en la “habitación-torre” sobre el bello paisaje del río Neckar, que aún hoy puede visitarse.


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Además de los poemas e himnos que compuso en su larga vida, incluso durante los años de su parcial obnubilación, Hölderlin fue autor de una extensa novela autobiográfica, no de contenido realista sino en prosa poética idealizante, titulada Hyperion oder Der Eremit in Griechenland (Hyperion o el eremita en Grecia), editada entre los años 1797 y 1799. Consta de misivas fictas dirigidas a su amigo Bellarmin y a la mujer que idealizó bajo el nombre de Diotima. De esa novela hemos seleccionado el pasaje que en alemán y traducciones al inglés y castellano reproducimos a continuación, aclarando que la versión inglesa pertenece a Ross Benjamin. No se persigue lucro alguno con esta publicación, y se pondera la nunca bien reconocida tarea de los traductores. Las tres voces o lenguas que  vienen a confrontar en este sitio pueden dar alientos al el estudio comparativo de léxicos, sintaxis y expresividad, tanto como a ensayos interpretativos del trasfondo histórico e ideológico de los textos, así como a la crítica de la justeza de cada una de las versiones.

texto en inglés

Where could I escape from myself, if I did not have the dear days of my youth?

Like a spirit that finds no repose by the Acheron, I return to the abandoned regions of my life. All grows old and rejuvenates itself. Why are we excepted from the beautiful cycle of nature? Or does it also hold sway for us?

I would have believed it, were one thing not in us: the monstrous striving to be all, which, like Aetna’s Titan, rages up from the depths of our being.

And yet, who would not rather feel it in himself, like a seething oil, than confess that he was born for the whip and yoke? A raging war-horse or a nag with hanging ears – which is nobler?

Dear friend! there was a time when my breast, too, basked in great hopes, when the joy of immortality throbbed in all my pulses, when I strolled among glorious projects as in the wide forest night, when, happy as the fish of the ocean in my boundless future, I pressed far­ther, ever farther onward.

How boldly, blessed nature! the youth sprang from your cradle! how he delighted in his untested weapons! His bow was taut, and his arrows rattled in the quiver, and the immortals, the high spirits of antiquity, led him, and his Adamas was in their midst.

Wherever I went and stood, these glorious figures accompanied me; in my mind the deeds of all times became lost in one another like flames; and as the gigantic forms, the clouds of the heavens, unite in one rejoicing storm, so the hundredfold triumphs of the Olympiads united in me, and became one, infinite triumph.

Who withstands it, who is not felled like the young woods by a hurricane when the frightening glory of antiquity seizes him as it seized me, and when, like me, he lacks the element in which he might attain a strengthening self-possession?

O, like a storm, the greatness of the ancients bowed my head, snatched the bloom from my face; and often I lay where no eye observed me, amidst a thousand tears, like a toppled fir that lies by the stream and hides its wilted crown in the current. How gladly would I have purchased with blood an instant from a great man’s life!

But what was the use? No one wanted me. O it is pitiful to see oneself thus reduced to nothing; and he for whom this is incomprehensible, may he not ask about it, and thank nature, which created him, like the butterflies, for joy, and go, and never again in his life speak of pain and unhappiness.

I loved my heroes as a fly loves the light; I sought their dangerous nearness and fled and sought it again.

As a bleeding deer plunges into the river, I often plunged into the whirlpool of joy to cool my burning breast and to bathe away my rag­ing, glorious dreams of fame and greatness, but what was the use?

And when often at midnight my hot heart drove me down into the garden under the dewy trees, and the lullaby of the wellspring and the lovely air and the moonlight soothed my mind, and the sil­ver clouds so freely and peacefully stirred above me, and from the distance the fading voice of the tide sounded – how amiably they then played with my heart, all the great phantoms of its love!

Farewell, you heavenly beings! I often said in thought, when the melody of the morning light began to sound softly above me, you glorious dead, farewell! I would like to follow you, would like to shake off what my century gave me and set out into the freer realm of the shades!

But I languish on the chain and snatch with bitter joy the measly cup that is handed to my thirst.

Texto en alemán

Wohin könnt ich mir entfliehen, hätt ich nicht die lieben Tage meiner Jugend? Wie ein Geist, der keine Ruhe am Acheron findet, kehr ich zurück in die verlaßnen Gegenden meines Lebens. Alles altert und verjüngt sich wieder. Warum sind wir ausgenommen vom schönen Kreislauf der Natur? Oder gilt er auch für uns?

Ich wollt es glauben, wenn Eines nicht in uns wäre, das ungeheure Streben, Alles zu sein, das, wie der Titan des Aetna, heraufzürnt aus den Tiefen unsers Wesens.

Und doch, wer wollt es nicht lieber in sich fühlen, wie ein siedend Öl, als sich gestehn, er sei für die Geißel und fürs Joch geboren? Ein tobend Schlachtroß oder eine Mähre, die das Ohr hängt, was ist edler?

Lieber! es war eine Zeit, da auch meine Brust an großen Hoffnungen sich sonnte, da auch mir die Freude der Unsterblichkeit in allen Pulsen schlug, da ich wandelt unter herrlichen Entwürfen, wie in weiter Wäldernacht, da ich glücklich, wie die Fische des Ozeans, in meiner uferlosen Zukunft weiter, ewig weiter drang.

Wie mutig, selige Natur! entsprang der Jüngling deiner Wiege! wie freut' er sich in seiner unversuchten Rüstung! Sein Bogen war gespannt und seine Pfeile rauschten im Köcher, und die Unsterblichen, die hohen Geister des Altertums führten ihn an, und sein Adamas war mitten unter ihnen.

Wo ich ging und stand, geleiteten mich die herrlichen Gestalten; wie Flammen, verloren sich in meinem Sinne die Taten aller Zeiten in einander, und wie in Ein frohlockend Gewitter die Riesenbilder, die Wolken des Himmels sich vereinen, so vereinten sich, so wurden Ein unendlicher Sieg in mir die hundertfältigen Siege der Olympiaden.

Wer hält das aus, wen reißt die schröckende Herrlichkeit des Altertums nicht um, wie ein Orkan die jungen Wälder umreißt, wenn sie ihn ergreift, wie mich, und wenn, wie mir, das Element ihm fehlt, worin er sich ein stärkend Selbstgefühl erbeuten könnte?

O mir, mir beugte die Größe der Alten, wie ein Sturm, das Haupt, mir raffte sie die Blüte vom Gesichte, und oftmals lag ich, wo kein Auge mich bemerkte, unter tausend Tränen da, wie eine gestürzte Tanne, die am Bache liegt und ihre welke Krone in die Flut verbirgt. Wie gerne hätt ich einen Augenblick aus eines großen Mannes Leben mit Blut erkauft!

Aber was half mir das? Es wollte ja mich niemand.

O es ist jämmerlich, so sich vernichtet zu sehn; und wem dies unverständlich ist, der frage nicht danach, und danke der Natur, die ihn zur Freude, wie die Schmetterlinge, schuf, und geh, und sprech in seinem Leben nimmermehr von Schmerz und Unglück.

Ich liebte meine Heroen, wie eine Fliege das Licht; ich suchte ihre gefährliche Nähe und floh und suchte sie wieder.

Wie ein blutender Hirsch in den Strom, stürzt ich oft mitten hinein in den Wirbel der Freude, die brennende Brust zu kühlen und die tobenden herrlichen Träume von Ruhm und Größe wegzubaden, aber was half das?

Und wenn mich oft um Mitternacht das heiße Herz in den Garten hinuntertrieb unter die tauigen Bäume, und der Wiegengesang des Quells und die liebliche Luft und das Mondlicht meinen Sinn besänftigte, und so frei und friedlich über mir die silbernen Gewölke sich regten, und aus der Ferne mir die verhallende Stimme der Meeresflut tönte, wie freundlich spielten da mit meinem Herzen all die großen Phantome seiner Liebe!

Lebt wohl, ihr Himmlischen! sprach ich oft im Geiste, wenn über mir die Melodie des Morgenlichts mit leisem Laute begann, ihr herrlichen Toten lebt wohl! ich möcht euch folgen, möchte von mir schütteln, was mein Jahrhundert mir gab, und aufbrechen ins freiere Schattenreich!

Aber ich schmachte an der Kette und hasche mit bitterer Freude die kümmerliche Schale, die meinem Durste gereicht wird.

Texto en castellano

¿A qué otro sitio podría huir de mí, si no me quedaran los días queridos de la juventud?

Como un espíritu que no encuentra descanso en el Aqueronte,  vuelvo a los parajes abandonados de mi vida. Todo envejece y después rejuvenece. ¿Por qué sólo nosotros quedamos excluidos del bello ciclo de la naturaleza? ¿O también nos incluye? Quisiera creerlo; pero hay algo en nosotros, la irresistible vanidad de serlo todo, que como el titán del Etna fluye embravecida desde las honduras de nuestro ser.

Aun así, ¿quién no desea sentir en sus entrañas algo como un aceite hirviente antes que saberse nacido para el látigo y el yugo? ¿No es acaso más noble un corcel de batalla que un jamelgo de orejas colgantes?

Hubo un tiempo, querido amigo, en que también mi pecho se inflamaba de grandes esperanzas, en que también me palpitaba en el pulso la alegría con la cual caminaba entre espléndidos proyectos como en la enorme tiniebla de los bosques nocturnos, en que feliz como los peces del océano, irrumpía cada vez más hacia dentro de un futuro sin orillas.

¡Oh, feliz Naturaleza! ¡Con qué intrepidez saltó el adolescente de tu seno! ¡Cómo se alegraba de su armadura sin estrenar! Su arco estaba tenso y sus flechas crujían en la aljaba; los Inmortales, esos altos  espíritus de la Antigüedad, guiaban sus pasos, y su Adamas se encontraba entre ellos. Donde fuera  o estuviese me escoltaban esas formas magníficas; los grandes hechos de todas las edades se conflagraban en mi pensamiento como llamaradas, y así como en una tormenta se van adensando las gigantes formas de las nubes en el cielo, así se unían y se transformaban en mí, en una incesante victoria, las cien diferentes victorias de las olimpíadas.

¿Quién es capaz de contener  todo esto, a quién no derriba el esplendor terrible de la Antigüedad como derriba el huracán los jóvenes bosques, cuando se cierne sobre ellos como lo hizo conmigo, y cuando les falta, como a mí, el elemento en que podrían obtener el  sentimiento de su propia fuerza? La grandeza de los antiguos, como una tempestad, me hizo doblegar la cerviz, privó de sangre a mi rostro y a menudo, cuando nadie me veía, caía al suelo entre lágrimas como un abeto derribado que yace junto al arroyo y oculta en la corriente su copa marchita. ¡Con qué gusto hubiera comprado con mi sangre un solo momento de la vida de un gran hombre!

 Pero ¿de qué me serviría? Nadie me necesitaba. Es lastimoso verse aniquilado de este modo; y aquel a quien esto le resulte incomprensible, que no pregunte más y agradezca a la naturaleza que lo creó como a las mariposas, para la efímera alegría, que siga su camino y que no vuelva a hablar más en su vida de dolor ni de desgracia. Yo amaba a mis héroes como un mosquito la luz; buscaba su peligrosa proximidad, me alejaba volando, y de nuevo la buscaba. Como un ciervo sangrante en medio del riacho,  hundía a menudo la cabeza en el torrente de alegría para refrescar mi pecho ardiente y ahogar los magníficos sueños febriles de gloria y de grandeza, pero ¿de qué servía?

Y cuando a menudo, hacia la medianoche, el corazón abrasado me obligaba a bajar al jardín, entre los árboles empapados de rocío, y el susurro de la fuente y el aire delicioso y la luz de la luna calmaban mis sentidos, y pasaban sobre mí las nubes plateadas, libres y apacibles, y desde la lejanía me llamaba la voz apagada de la pleamar, ¡qué apaciblemente jugaban entonces con mi corazón los grandes fantasmas de su amor! -“ ¡Adiós, seres celestiales!” – me decía a menudo cuando comenzaba a sonar sobre mí la suave melodía del amanecer. –“¡Adiós, muertos magníficos! Quisiera seguiros, sacudir de mí lo que me dio mi siglo e irrumpir en el reino más libre de las sombras.”  Sin embargo, gimo atado a la cadena y atrapo con amarga alegría la miserable copa que se ofrece a mi sed.-

         Al tiempo de escribir Hölderlin el Hyperion, la situación económica de los países alemanes no se encontraba aun madura para que la clase más progresista completara la transición desde su período heroico a la etapa práctica que le permitiera el efectivo ejercicio del poder. Sus ideólogos, fascinados por los acontecimientos de la Revolución francesa, flotaban en la ilusión de que ese trance ocurriera a través de reformas utopistas, sin una previa lucha armada revolucionaria.

De los tres cofrades que en el seminario de Tübingen más se habían entusiasmado con los sucesos de Francia – Hegel, Hölderlin y Schelling -, este último recae después en un romanticismo místico de coloratura reaccionaria; Hegel reacomoda su pensamiento al compás de los tiempos posthermidorianos y napoleónicos, al creer llegado el momento propicio para la hegemonía prusiana; la intransigencia de Hölderlin lo lleva a un trágico callejón sin salida que desemboca en pacífica demencia. Pero antes había soñado con la resurrección de las ciudades-estado griegas  y de su cultura en los territorios de habla alemana. Una adicional inspiración reivindicadora  de aquel pasado helénico  pudo haber sido ocasionada por  las luchas emancipadora de la Grecia moderna contra el Imperio Otomano.

Los ideales transformadores del hombre y la sociedad política se cumplirían para Hölderlin con un nuevo modo de inserción en la Naturaleza, no tomando a ésta como una serie de mecánicas secuencias causales sino viéndola impregnada de la vivificante presencia de los antiguos dioses. La concordia de los espíritus humanos vendría garantizada por la presunta armonía  del Cosmos: una suerte de misticismo utópico con el cual se superarían las insuficiencias reales que la burguesía alemana mostraba  en su dificultoso ascenso.

Dos fuerzas se contraponen y se concilian de manera constructiva en la trama del Hyperion: la del héroe guerrero Alabanda, que representa las tendencias de la insurrección armada, y la figura de Diotima, imagen de la amada ideal y de la religiosidad iluminada por las luces educadoras de la Ilustración. En la acción novelesca, los insurgentes logran apoderarse de una adversaria potencia militarizada, una suerte de Esparta rediviva, pero dilapidan con pillajes y masacres los frutos de una victoria que debió ser mejor administrada. Hölderlin no busca proteger el orden militarista, que pronto será Estado burgués, contra los métodos insurreccionales, sino prevenir la desnaturalización o desarmonía del nuevo poder que se instaure. Un propósito en el que no será el primero ni el último en verse defraudado.

El fragmento que en tres idiomas damos más arriba para disfrute primaveral de quienes se avengan a leerlo, apenas roza esos dilemas hölderlineanos. Permanece en el meollo de sus sueños y confesiones, donde el temperamental lirismo que trasciende de su poesía se expresa en una de las más bellas prosas de la lengua alemana.-

 
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Hacia fines de 1949, aquel activista de la cultura marplatense que fue don Félix de Ayesa instaló una preciosa librería en la calle San Martín al 3200. La llamó Lvtetia, nombre alusivo a la perdurable vigencia de la ciudad de Paris desde tiempos pre-romanos hasta salir casi ilesa de la World War II,  como un ave fénix augurador de la resurrección europea. Con su buen gusto y su generosidad habituales, ese vasco de buena ley trajo a Mar del Plata las famosas ediciones de la NRF  y – en su compromiso americanista – los flamantes lanzamientos del mexicano Fondo de Cultura Económica. Así, el coqueto local de piso flotante y hospitalario subsuelo atrajo la curiosidad de los adictos a la buena lectura, casi todos jóvenes y bastante desprovistos del dinero necesario para comprar esas maravillas.

Pero Don Félix no los privó de alimento intelectual. Puso la gran mesa y los sillones del subsuelo a disposición de los curiosos, quienes así tuvieron acceso visual y táctil a ese hontanar bibliográfico, y pudieron reunirse allí una o dos veces por semana para desarrollar una tertulia literaria (no confundir con “taller” ni con “potpourri de idiomas”). Sus integrantes (periodistas, artistas, estudiantes y algunos todavía alumnos del 4º o 5º Nacional) lograron la proeza de traer a Victoria Ocampo – que descansaba en la ciudad – para brindar de manera desinteresada una charla que colmó las expectativas y la capacidad del salón.


En una de las tertulias subsiguientes, el más “leído” o sea el “más asiduo lector” lanzó para los otros la novedad  de un escritor argentino que  era casi desconocido (y moriría poco tiempo después): Macedonio Fernández. Vinculó ese nombre al de un sacerdote anglicano del siglo XVIII, Laurence Sterne, por la “originalidad” del humor  y de los procedimientos narrativos de ambos. Y avanzó la tesis de que los precedentes y las supuestas “influencias” en el arte de escribir son una majadería de ciertos críticos y schoolmasters; que no hemos de atribuir una derivación causal al hecho de que un autor moderno imite o mejore a otro de dos siglos atrás, sólo porque itere en los trucos y artimañas de aquél. Al contrario: debiéramos de recibir la inédita experiencia escritural de nuestro contemporáneo para disfrutarla con los parámetros de hoy,  y desde aquí “resucitar” los méritos y las originalidades del otro, que ha quedado tal vez sepultado por la maraña de tanto papel impreso. En cierto modo asistíale razón, pues no sólo la crítica de nuestros días fue arrimando lectores a las obras de Macedonio,  dando así base económica e intelectual  a la tarea de editarlas, sino que en el ínterin volvió a suscitarse interés por Sterne aun entre hispanohablantes y  Javier Marías hubo de traducirlo de nuevo al castellano. Las notorias diferencias  estilísticas y temáticas entre ambos escritores, y los diversos méritos de cada uno, pueden ser justipreciados por lingüistas de nota que quizás alguna vez colaboren en esta página.

Esta nota sólo pretende alentar la lectura del Tristram sin prejuicios intelectuales, como suceso textual cuya extravagancia quiebra ciertas convenciones narrativas de la época en que fue compuesto sin renunciar por ello al brío de una buena prosa inglesa, plena de humorismo e ingenio (wit). La extensión del original impide abundar en transcripciones que serían inconducentes, pues todo el libro funciona como un divertido juguete que se ofrece abierto a la inquietud lectora; y esto no solamente en su estructura escrituraria sino aun en la materialidad de su armado tipográfico y en el disímil espesor de los capítulos. De ahí que nada valga “recontar” el argumento del relato autobiográfico, pleno de excursos y de pintorescos personajes que a su vez narran pasajes notables de sus vidas.



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En vista de tales stravaganze en la confección de sus artefactos literarios y aun de sus sermones, hemos de reconocerle más que una mediana originalidad y un vigoroso talento al discutido Anglican clergyman Laurence Sterne de esos tiempos del Enlightenment inglés, a quien por añadidura sonrió el favor del púbico culto de la época. Su pensamiento libre, creador y movedizo no emanaba, empero, de una mente enferma ni de ideologías rupturistas como las de los diggers o de los republicanos. Podemos derivarlo más bien del clima de  transformación concreta de las relaciones de propiedad y los modos de producción sostenidos por los emprendimientos de una dinámica gentry agraria, más el incremento de las manufacturas industriales propiciado por los Tudor y – después de la Restauración y la Gloriosa Revolución de 1688/89 – el “acuerdo de convivencia” alcanzado por dichos sectores con la burguesía comercial, al amparo de gobiernos parlamentarios. Ese compromiso sociopolítico pareció justificar la ilusión de que la nueva ideología burguesa representaba los intereses de toda la humanidad civilizada.

En el plano de la ideología literaria, hasta el vocabulario se pliega a tal cosmovisión y se enriquece de nuevos términos o significados. Llegó el empleo desmedido de las mayúsculas abstractas (el Hombre, la Libertad, el Progreso, lo Útil). La palabra “social”, antes adscripta a la vida de las familias y las tertulias, adquiere significado político; “clase media” empieza a designar un concepto censitario, estadísticamente mensurable sobre la capacidad contributiva y apto para discernir el derecho al voto. La voz “pueblo”, que englobaba a todos los de baja estofa y carentes de instrucción, comenzó a utilizarse en los debates públicos como alusiva a los sectores productivos, participativos y “útiles” a la sociedad. Similares transformaciones semánticas sufrieron vocablos como “felicidad”, “virtud”, “razón”, “utilitarismo”, “progreso”. Varias alusiones de Sterne a estos conceptos pueden ser leídas en clave irónica. Y la sesgada interpretación de la epistemología de Locke, en el Tristram, obedece a una intención bromista cuando no pícara. 


Con todo, no corresponde en este artículo reiterar las concomitancias del  temprano capitalismo con sus expresiones sobreestructurales del plano artístico y literario, sino señalar las formas que éstas adquirieron en el caso particular de la novela mencionada. Es que desde comienzos del siglo XVII se había instalado precisamente The age of the novel, género narrativo que reemplazó a la épica en las preferencias de los públicos lectores, quienes se habituaron a un consumo secuencial y no muy crítico de este tipo de relatos,  con el tamaño manuable del libro encuadernado por el lomo, fácil de hojear, o como anexo folletinesco del periódico semanal o cotidiano. Ese acostumbramiento a un formato práctico parece haber desvanecido toda atención superflua a la “materialidad” del artefacto libresco, que  absorbía la ansiedad lectora en detrimento de los detalles de su confección.

Tristram Shandy merece de sus merodeadores – igual que muchos poemas y relatos más recientes – un acercamiento a plena consciencia, nada temeroso y dejando entrar en la mente las impresiones inesperadas: una mezcla de osadía y destreza para capturar aquí y allá los pasajes que seduzcan o repelan en el batiburrillo de lo insólito. La evolución de las costumbres y de la sintaxis no afectó el disfrute de la lectura; se refuerza a cortos intervalos el afán de saborear historias personales desgajadas de las del protagonista; el vocabulario y la intencionalidad escapan a veces al examen de un vistazo ocasional, pero las reediciones de nuestros días suelen suministrar claves de desciframiento en prolijas notas explicativas. Con el añadido del ánimo travieso y juguetón puesto de manifiesto por el autor en la configuración física de cada volumen, anticipándose así a los editores de otrora y de hoy.

Pero, tras tanto introito, cabe reconocer la impaciencia de quienes acaso se pregunten: ¿de qué trata la novela? La mejor respuesta consistiría en  transcribirla de cabo a rabo, incluyendo sus peculiaridades tipográficas y compositivas. Ello se tomaría como una burla a los lectores de esta seria página y tal vez un latrocinio a quienes siguen editando el libro (ya en soporte papel  o en formato electrónico). Sería como el dibujante borgeano de un mapa de la China que se propusiera figurar sobre el papel, con absoluta fidelidad, todos los datos y detalles del país real… incluso sus cientos de millones de habitantes y sus respectivos quehaceres, en cada instante de sus vidas. Ajustando un poco esa obsesión al espacio disponible para esta nota, hay que reducirse a aceptar que Tristram Shandy es el relato autobiográfico ficcional de la vida y las opiniones de un Gentleman inglés del siglo 18, quien lejos de narrarse sólo a sí mismo, cuenta también (en un modo harto digresivo) los sucesos y pensamientos de su madre, su padre, su tío Toby y unos cuantos personajes más. Un engendro típicamente literario, en suma, sobre cuyos pormenores y circunstancias de autoría y difusión mundial no corresponde extenderse salvo para referencias imprescindibles. No hace falta aclarar que es Shandy – no Sterne – el narrador de su vida fictiva, el que “hace hablar” a los demás personajes y el que como ente fantaseado nada certero nos informa acerca de la existencia “real” de su autor implícito. A lo sumo proporciona indicios sobre las ilusiones y sinsabores de éste,  sobre los fines que tuvo en mira, o si se divirtió o no en el modo lúdico de redactar los nueve volúmenes.


 
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Según recuerdos imprecisos, la “onda Salinger” alcanzó picos de intensidad en Mar del Plata allá por los años 1950-1970, desde noticias y citaciones en revistas literarias porteñas traídas hasta aquí, entre otros, por ex miembros del grupo “Ariel”. Jerome David Salinger, nacido en New York, USA, a comienzos de 1919, inició su actividad literaria en 1940 y cumplió tareas de inteligencia en el ejército desde 1942. Al mismo tiempo iba escribiendo la novela que lo haría famoso, The Catcher in the Rye, publicada en 1951, a la que siguieron relatos más breves pero no menos atrapantes que podrían ser denominados “la saga de la familia Glass”.
El escritor mantuvo casi siempre un voluntario alejamiento de los medios periodísticos y de difusión masiva, sin descuidar, empero, la comunicación con sus editores. Falleció a alta edad, en el año 2010, y esta nota no se propone escarbar más pormenores de su vida recoleta, que los estrictamente necesarios para un tímido acercamiento a su obra. Sus escritos no debieran de ser malversados como escalpelos para diseccionar la mente del autor, quien ya no puede oponerse a dicha utilización. Intentamos presentar un par de ellos desde sus conexiones internas como meros textos, con la advertencia de que aun sigue legalmente protegida su propiedad intelectual. Por ende, casi no están disponibles en Internet salvo en el modo de las quotations o citaciones, que habrán de bastarnos  para el modesto intento aquí perseguido.

Al libro arriba mencionado se suman unos pocos volúmenes de  excelentes relatos (Franny and Zooey, 1961; Rise High the Roof Beam, Carpenters, 1963; Seymour: an Introduction, 1963); sin olvidar Nine Stories, de 1953, donde incluyó el  aclamado relato de 1948 titulado A Perfect Day for Bananafish.

Sobre un modelo de discurso oral continuo  – fragmentado en capítulos en su versión escrita – el joven estudiante de secundaria (school) Holden Caulfield , internado en un sanatorio de reposo,  comienza su relato dirigido a oyentes cuyo perfil se deja a la imaginación lectora. Lejos de  remontar su autobiografía ab ovo usque ad mala ,  le marca límites precisos: desde el dia en que fue echado a patadas (kicked out) de su colegio, hasta el presente indefinido donde produce su narración. Claro está que en ella no se priva de digresiones, miradas retrospectivas y anticipatorias, opiniones rotundas, pensamientos íntimos, anécdotas de encuentros y desencuentros con jóvenes y adultos, juicios denigratorios para casi todo el mundo, rescate sentimental de unos pocos, y sobre todo, adjetivos injuriosos como  condimentos imprescindibles para el progreso de lo narrado. Sin embargo, a escala comparativa, no se maneja  aquí el lenguaje con la iracundia y la complacencia en la sordidez que caracterizó a los escritores de la Beat Generation, coetáneos de Salinger. Los sucesos narrados por Caulfield tienen lugar alrededor de 1950, cuando cuatro mil dólares estadounidenses alcanzaban para comprar un “Jaguar” y los Estados Unidos habían salido vencedores de una terrible guerra mundial a costa de sensibles sacrificios humanos y materiales que sin embargo estuvo lejos de ser “la última”.

Desidias y rechazos, no falta de inteligencia, parecen haber determinado el mal desempeño escolar de Holden, quien tan solo se destacaba por la lucidez de sus observaciones críticas generales y los altos logros en las asignaturas lingüísticas: lectura, redacción, gramática. Más que irónicas, sus  expresiones suelen ser sarcásticas. Rechaza en bloque el universo social de los adultos de clase media norteamericana de postguerra  (a la cual pertenece) y sus dificultades de adaptación lo tornan a menudo en un adolescente depresivo. Coloca la inteligibilidad de la situación momentánea por encima de la propia seguridad: “If that guy was shipwrecked somewhere, and you rescued him in a goddam boat, he’d want to know who the guy was that was rowing before he’d even get in.” 

Opina que los adultos son “phonies”, un apodo equivalente a hipócritas, pretensiosos, superficiales y crueles. Pero adora la iluminada autenticidad de la mente infantil, caprichosa y a veces hiriente en  actos y palabras.  Tiene una hermanita de diez años, Phoebe, de grave inteligencia y firme lealtad. Un hermano de brillante intelecto, Allie, había muerto años antes ; el mayor de los hermanos,  designado en la novela como “D.B.”, vive en Los Angeles y “se prostituye” al escribir guiones para mediocres filmes de Hollywood, trabajo que le permitió comprarse “one of those little English jobs that can do around two hundred miles an hour and cost him damn near four thousand bucks”  [Chapter 1].

Apenas se encuentra en este coloquial relato algún párrafo en el que falten  exclamaciones como damned  o  fucking  (que con idéntico vocablo denotan, en alternancia, desprecio o admiración), característica compartida con mucha literatura contemporánea y que a menudo sume a los traductores en perplejidades semánticas  irresolubles. Nunca es justicieramente apreciado el trabajo del traductor, sean cuales fueren los idiomas de los cuales y a los cuales  intente los transvases. En el caso de The Catcher…, las versiones castellanas se bifurcaron a raíz de divergencias de criterios lingüísticos y políticos: en España, el habla coloquial se vale de términos que no son corrientes en la América hispanohablante o significan otra cosa (a lo que habría que añadir la autocensura que los traductores peninsulares se imponían por temor a las reprimendas del ministerio de información franquista).

Holden Caulfield emplea un lenguaje inglés-americano fácilmente comprensible, si bien hace falta examinar algunas de sus expresiones coloquiales y los idioms para valorar el meritorio esfuerzo de cada uno de sus divergentes trujamanes. Otras voces son muletillas de las que se vale para economizar explicaciones o demostrar que no desea ser exacto ni exhaustivo en la enunciación: le basta decir and all” para sugerir que el lector o el oyente sobreentiendan todas las concomitancias adheridas al concepto que antecede a dicho giro. Con “that killed me” expresa enorme irritación  o  extremo aburrimiento que algo le produce, pero también el equivalente de “eso me desarmó” ante un gesto de nobleza, de inocencia o de dulzura.  “ I hate it” o “I hate him” significa que desea aniquilarlo, eliminarlo, sin atreverse a ello. I´m not kidding” advierte que  no bromea, que pretende ser tomado en serio aunque sepa que no lo va a lograr.  “I was so damn nervous” indica estados de conmoción anímica subsiguientes a hechos de violencia que presencia o sufre.  “Like hell” acentúa el aspecto terrible o extremoso que asume un suceso o una persona. It was sort of funny”  da idea de algo divertido que acontece a Holden, un joven parco en la risa aunque a veces dotado de un sano sentido del humor. Holden es consciente de ser “malhablado”; disfruta de esa tendencia a insertar un goddam y un fucking en casi cada frase de su discurso, sin imaginar el tono despectivo que con ello arroja sobre su entorno social y humano. Pero cuando nota que todo el ambiente físico, espiritual y cultural que lo rodea se encuentra también contaminado y afeado por expresiones de la lengua – además de la contaminación industrial, los desechos irreciclables, la depredación de monumentos y lugares públicos -, comprende que también a través del lenguaje que empleamos es engendrada y diseminada la violencia que a poco será homicida. Se indigna hasta el extremo del odio cuando ve el reiterado Fuck you! escrito sobre las paredes de la escuela de su hermana Phoebe, y ahí lo lastima la evidencia de que “if you had  a million years to do it in, you couldn’t rub out even half the “Fuck you” signs in the world. It’s impossible” [Chapter 25].
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La búsqueda de equivalencias lingüísticas y psicológicas, intentada en el párrafo que antecede, se funda sólo en desarrollos circunstanciales que proporciona el propio texto; no sobre conjeturas que intenten usurpar campos científicos de las disciplinas sociohistóricas. Los ecos que el “discurso” de Holden encuentre en estas últimas para la fundamentación de tesis explicativas obtendrán, a buen seguro, adhesiones o rechazos entre quienes se internen en esos infirmes terrenos de la ciencia. Lejos de desalentar esfuerzos dedicados a tales indagaciones, las menciones de ese idiolecto particular adjudicado a un personaje o al estrato social que  para bien o para mal lo nutre, bien pueden generar impulsos investigativos hacia aquellas áreas del saber.

The Catcher…se inaugura con la narración (imitada de la lengua oral) de Holden, que a los 17 años de edad está recluido transitoriamente en una suerte de clínica psiquiátrica y dirige su discurso a una pluralidad de interlocutores cuyas identidades el texto no suministra. Evita referirse a su infancia y antecedentes familiares, si bien ciertos datos sobre esos temas irán apareciendo en la historia. Cuenta que un sábado cercano a la anterior Navidad miraba desde una colina un partido de fútbol que el equipo de su colegio, Pencey, jugaba contra un tradicional rival;  no estaba en su residencia escolar porque había sido expulsado de allí a causa de sus fracasos de aprendizaje en cuatro asignaturas excepto English. Hacía un esfuerzo para sentir que se estaba despidiendo, situación en la que tenía experiencias de otros establecimientos educacionales. “I was trying to feel some kind of a good-bye. I mean I’ve left schools and places I didn’t ever know I was leaving them. I hate that. I don’t care if it’s a sad good-bye or a bad good-bye, but when I leave a place I like to know I’m leaving it. If you don’t, you feel even worse” [Chapter 1]. Además, quería ir a despedirse de un amigable teacher, Mr. Spencer, que no vivía en el colegio y también lo había aplazado. Pero éste, al recibirlo cordialmente en su vivienda y haber tratado de explicarle los errores de la última prueba escrita sobre Historia, no se privó de aconsejarlo sobre su futuro como estudiante y la conveniencia de encararlo “según las reglas establecidas”: “Live is a game, boy, that one plays according to the rules” [Chapter 2]. A Holden le irritó que lo llamara “boy”, que le diera consejos burgueses y que todo ello proviniera de un lamentable viejo enfermo y mal entrazado.

No salen mejor parados en el concepto del relator, aunque por motivos muy diferentes, sus compañeros de cuarto en la school  y casi toda persona con la cual traba conocimiento. “What a school ! You were always watching somebody cut their goddamn toenails or squeeze their pimples or something.” [Ch. 6].

De ninguna manera es un autista. Necesita contactar con jóvenes y adultos, aunque casi todos le parezcan “estúpidos”, “tarados”, “vulgares” y “sucios”. La lúcida inteligencia de Holden detecta pronto esos defectos en sus congéneres.  Al juzgarlos, es presa de la decepción e incurre en actitudes despectivas; se mortifica, rehuye el trato con el prójimo, peca de ingenuo, sufre golpizas y cae en depresiones que lo llevan al derrumbe emocional. Su negativa actitud ante los pensionistas de los colegios (trátese de alumnos o de profesores) no lo obnubila hasta el punto de desconocerles algunos méritos, casi siempre retaceados por inaguantables deficiencias. Denuncia estas últimas aun en sus compañeros más cercanos y en los maestros más talentosos, sin perdonarles la hipocresía derivada de la incongruencia entre sus declaraciones y sus actos. Pero transmite con cierta imparcialidad la opinión positiva que el talentoso teacher Antolini mantiene acerca de las ventajas - no sólo intelectuales - de una buena educación formal: ‘I’m not trying to tell you,’ he said, ‘that only educated and scholarly men are able to contribute something valuable to the world. It’s not so. But I do say that educated and scholarly men, if they’re brilliant and creative to begin with—which, unfortunately is rarely the case—tend to leave infinitely more valuable records behind them than men do who are merely brilliant and creative. They tend to express themselves more clearly, and they usually have a passion for following their thoughts through to the end. And most important—nine times out of ten they have more humility than the unscholarly thinker.’ [Chapter 24].

Aquel maestro le muestra una perspectiva nada despreciable, sino creativa,  de abrazar alguna vez la actividad docente: “Among other things, you’ll find that you’re not the first person who was ever confused and frightened and even sickened by human behavior. You’re by no means alone on that score, you’ll be excited and stimulated to know. Many, many men have been just as troubled morally and spiritually as you are right now. Happily, some of them kept records of their troubles. You’ll learn from them- if you want to. Just as someday, if you have something to offer, someone will learn something from you. It’s a beautiful reciprocal arrangement. And it isn’t education. It’s history. It’s poetry.”  [ibidem].

No deja de anotar las excesivas libaciones alcohólicas de Antolini e interpreta un gesto ambiguo de su maestro con la menos favorecedora de las conjeturas para aquél.  Relata: “I startet putting on my damn pants in the dark. I could hardly get them on I was so damn nervous. I know more damn perverts, at schools and all, than anybody you ever met, and they’re always being pervert when I’m  around”.[Ch. 24]. La cursiva en I’m pertenece al texto impreso; tal vez no haya sido proferida así por el relator oral; por lo menos, convoca al lector hacia una hermenéutica sugerida, la que no tiene por qué ser secundada en esta nota.

A menudo, la indignada intelección de las miserabilidades humanas le hace incurrir en esa conocida falacia consistente en desdibujar los campos analíticos de lo personal y lo institucional. Los concibe como un todo, pues los ve íntimamente correlacionados en sus apariciones concretas sin comprender sus respectivos fundamentos teóricos ni las trayectorias históricas de uno y otro. Con ese esquema, toda idea de institución (llámese familia, escuela, iglesia, emprendimiento artístico o Estado) es aniquilada o vaciada de sentido, sacrificada en homenaje al pésimo desempeño de algunos de sus actores individuales. Hay que buscar sus equivalentes funcionales en algún remoto “Oriente” de idealidad (p.ej. budismo Zen), en vez de acometer aquí y ahora el prosaico trabajo de reestructurar con imaginación política, conocimiento técnico y entereza moral los aglutinamientos humanos que la propia historia nos lega, de modo que la tradición nos alimente y no nos ate.

El malestar de Holden ante las expresiones institucionales de la sociedad queda ejemplificado  con su actitud frente a una de ellas: la “goddam religión”. Usos hogareños le habían enseñado a rezar, pero “I can’t always pray when I feel like it. In the first place, I’m sort of an atheist. I like Jesus and all, but I don’t care too much for most of the other stuff in the Bible… I said I’d bet a thousand bucks that Jesus never sent old Judas to Hell… In the first place, my parents are different religions, and all the children in our family are atheists… I can’t even stand ministers. The ones they’ve had at every school I’ve gone to, they all have these Holy Joe voices when they start giving their sermons. God, I hate that. I don’t see why the hell they can’t talk in their natural voice. They sound so phony when they talk…” [Chapter 14].

Sin embargo, no aborrece a la gente religiosa si vislumbra que eso les nace con autenticidad y sencillez. Durante su viaje de regreso desde Pencey charla con dos jóvenes monjas, recién llegadas de Chicago,  que se aprestaban a dar clases de Literatura e Historia norteamericana en New York. Les ofreció diez dólares como contribución, suma que sólo aceptaron cuando les aseguró que llevaba suficiente dinero encima. Pudo lucir ante ellas los únicos conocimientos de su aprendizaje escolar que recordaba con gusto: algunas obras de la literatura inglesa. Le dijeron que habían disfrutado mucho la conversación. “I said I’d enjoyed talking to them a lot, too. I’d have enjoyed it even more though, I think, if I hadn’t been sort of afraid, the whole time I was talking to them, that they’d all of a sudden try to find out if I was a Catholic. Catholics are always trying to find out if you’re a Catholic… As a matter of fact, my father was a Catholic once. He quit, though, when he married my mother… I’m not saying I blame Catholics. I don’t… All I’m saying is that it’s no good for a nice conversation…” [Chapter 15].

Lejos de escandalizarse con las colectas para fines religiosos, imagina que esas monjitas las harían, llegado el caso,  con la misma simplicidad de alma y de trato que mostraron al charlar con él. Pero de inmediato recuerda el estilo de autocomplacencia con que suelen cumplir esa tarea ciertas damas de alto vuelo. “I couldn’t picture her doing anything for charity if she has to wear black clothes and no lipstick while she was doing it… The only way she could go around with a basket collecting dough would be if everybody kissed her ass for her when they made a contribution. If they just dropped their dough in her basket, then walked away without saying anything to her, ignoring her and all, she’d quit in about an hour…” [Chapter 16].

Varios pasajes de la novela ponen  de relieve los aspectos acentuadamente depresivos de Holden, los que unidos a su elevada inteligencia intelectual, la inmadurez emocional y quizá algún episodio traumatizante en la infancia, no explicitado en el relato, tornan verosímil su desdén hacia instituciones y personas en un grado más extremoso que el del promedio de los adolescentes. Lejos de desdeñar a las muchachas de su entorno, con cierta pena se pregunta qué será de ellas cuando terminaran el colegio y la universidad; supone que la mayoría terminará casándose con algún dopey guy, de esos que “…always talk about how many miles they get to a gallon in their goddam cars…, that get sore and childish as hell if you beat them at golf…, that never read books… and are very boring – But I have to be careful about that. I mean about calling certain guys bores… I roomed for about two months with this boy Harris. He was very intelligent and all, but he was one of the biggest bores I ever met… But he could do one thing. The sonuvabitch could whistle better than anybody I ever heard…” [Chapter 17].

Sobre la engañosa delicia de vivir con sus “iguales” en un pensionado escolar, le revela a una amiga: “It’s full of phonies, and all you do is study so that you can learn enough to be smart enough to be able to buy a goddam Cadillac some day, and you have to keep making believe you give a damn if the football team loses, and all you do is talk about girls and liquor and sex all day, and everybody sticks together in this dirty little goddam cliques… But that is all I get out of it… I don’t get hardly anything out of anything…” [Chapter 17]. Phobe misma, su clarividente hermanita, le espeta en el curso de una discusión: “You can’t even think of one thing” – “You don’t like anything  that’s happening…  Because you don’t. You don’t like any schools. You don’t like a million things. You don’t” [Chapter 22].

Tal como al comienzo marca un hito temporal, detrás del cual decide (lográndolo sólo a medias) no retrogradar en su relato, Holden traza con precisión la frontera de clausura al fragmento de su vida que expone ante su auditorio. Con ello impone su reserva de secreto  contra la curiosidad circundante y frente a sus íntimas incertidumbres en lo concerniente al derrotero que seguirá su vida. “That's all I'm going to tell about. I could probably tell you what I did after I went home, and how I got sick and all, and what school I'm supposed to go to next fall, after I get out of here, but I don't feel like it. I really don't. That stuff doesn't interest me too much right now.” [Chapter 26].

Hay en el libro, empero, muchas realidades y potencialidades que de veras interesan y le gustan a Holden. Quien lo recorra con amorosa dedicación las descubrirá, junto con las obsesiones y las simples perplejidades del joven. Esta nota no debe usurpar las funciones indagatorias del lector atento. Aquí se ha abusado del placer de citar para ejemplificar asertos; se reincidirá en ello, pero antes – como homenaje a Salinger escritor más que a Holden hablador – permítasenos transcribir un trozo humorístico. Desde el segundo capítulo el joven se estuvo preguntando si a su regreso a New York, la laguna del Central Park se habría congelado y “…where the ducks went when the lagoon got all icy und frozen over.  I wondered if some guy came in a truck and took them away to a zoo or something. Or if they just flew away”.- Cuando pregunta a un chofer de taxi sobre el asunto, el pobre trabajador del volante cree que le están tomando el pelo (kidding him). La cuestión queda ahí hasta que Holden la retoma en su odiseico regreso.

Por más que califiquemos de “líricos e irreales” los gustos e intereses que  confiesa Holden, no podemos sustraer el entendimiento al efecto humorístico que conlleva su curiosidad por el destino invernal de los patos del Central Park. Con otro taxista entabla el siguiente diálogo, algo abreviado: 
“You ever pass by the lagoon in Central Park?” -  “The what?”  -  “Where the ducks are. You know”  -  “Yeah, what about it?” -  “Well, you know the ducks that swim around in it? In the springtime and all? Do you happen to know where they go in the wintertime, by any chance?”  -  “Where who goes?” -  “The ducks… I mean does somebody come around in a truck or something and take them away, or do they fly away by themselves–go south or something?” – “How the hell should I know?”, he said. “How the hell should I know the stupid thing like that?” -  “Well, don’t get sore about it, I said.  – “Who’s sore? Nobody’s sore”. He turned all the way around again, and said: “The fish don’t go no place. They stay right where they are, the fish. Right in the goddam lake.” – “The fish - that’s  different. I’m talking about the ducks”, I said. -  “What’s different about it? Nothin’s different about it”, Horwitz said. “It’s tougher for the fish, the winter and all, than it is for the ducks, for Chrissake. Use your head, for Chrissake”. -  Then I said, “All right. What do they do, the fish and all, when that whole little lake’s a solid block of ice, people skating on it an all?” -  Old Horwitz turned around again. “What the hellaya mean what do they do?”, he yelled at me. “They stay right where they are, for Chrissake.”  -  “They can’t just ignore the ice. They can’t just ignore it” -  “Who’s ignoring it? Nobody’s ignoring it… They live right in the goddam ice. It’s their nature, for Chrissake. They get frozen right in one position for the whole winter.”

“Yeah? What do they eat then? I mean if they’re frozen solid , they can’t swim around looking for food  and all.”  - “Their bodies, for Chrissake- what’sa matter with ya? Their bodies take in nutrition and all, right through the goddam seaweed  and crap that’s in the ice. They got their pores open the whole time. That’stheir  nature, for Chrissake. See what I mean?” – He turned way the hell around again to look at me. – “Oh,” I said. I let it drop. I was afraid he was going to crack the damn taxi up or something… “ [Chapter 12].

Nota 1:  La grafía que antecede trata de imitar los fonos del hablante y está así en el texto original. Desde un punto de vista didáctico, la cita de tramos de un texto literario no siempre ha de procurar el fin edificante de enseñar a “hablar bien” ni postular un modelo prestigioso de “lengua culta”. La literatura es también un experimento artístico llevado a cabo con el material de la lengua, consagrada o no, hablada, escrita o pensada, para explorar las fronteras de la inteligibilidad. Todo lector del pasaje que antecede aprenderá algunas cosas sobre los límites del lenguaje si intenta, como ensayo, convertirlo del “estilo directo” a las diversas formas del “estilo indirecto”.-

 

Recuerdos sobre recuerdos 

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Traducción de Fernando Pozzo, Quilmes
He aquí un escrito sobre recuerdos propios y ajenos; estos últimos son los que importan, pues pertenecen a un escritor en lengua  inglesa que nació y vivió varios años sobre la pampa argentina: William Henry Hudson. Agosto le tiene adjudicadas dos efemérides: la de su venida al mundo y la de su muerte. Ambas conmemoraciones suelen implicar sendos significados de homenaje. Una larga vida pide que seamos agradecidos y pidamos disculpas por el abuso del “yo autobiográfico”, tan en boga desde atriles y tribunas.

Todo/a  improbable lector/a que se asome a estas líneas advierte la embarazosa incomodidad que sufro al intentar someterme a cánones de la lengua oral y escrita hoy exigidos por corrientes igualitaristas de géneros. También la voz “embarazosa”, en el enunciado que antecede, será tildada de sexista al adjetivar un término alusivo a una situación molesta y oprimente, bien que sin connotación despectiva. Convenciones lingüísticas de larga data se deben sustituir con feos artilugios tipográficos (barras u otros equívocos signos), hasta que el escribiente aprenda a usar un vocabulario y una sintaxis – un y una – compatibles con estos nuevos vientos de reivindicación idiomática.

Adivinarán también (él o ella) la edad del que aquí escribe apenas tropiecen con su propensión memoriosa, empeñada/ en resucitar imágenes de personas ya muertas en vez de adorar tan solo a los ídolos deportivos, televisivos o políticos vivientes. En este homenaje a Hudson incluyo a mi maestra de segundo grado de la escuela nº 1 de Quilmes, señorita Casabona, cuyo prenombre nunca supo, ya que por aquel tiempo no se usaba llamar a las docentes por el nombre de pila ni se acostumbraba a pegarles, a tajearles el guardapolvo o a rayar la pintura de sus modestos autitos… en la eventualidad de que los hayan poseído.  De aquella docente/a recibí el estímulo de registrar con cuidado las percepciones que obtuviese en mi largo trayecto cotidiano entre hogar y escuela, y de anotarlas o aun dibujarlas en un cuaderno “de impresiones”, diverso de aquel donde  escribía mis “deberes”. Fue ella quien mencionó que un libro de Hudson había sido traducido al castellano por un médico de Quilmes, el Dr. Fernando Pozzo y su esposa, la Profesora Celia Rodríguez – hermosa edición de Peuser que ya no encuentro en librerías. Dijo también que el propio Hudson había nacido en un rancho de ese distrito, “para el lado de Florencio Varela”, dato cuya imprecisión (y mi desconocimiento de la geografía regional) me animó a pedir a mi padre que un domingo me llevase hasta allí. Caminamos casi legua y media por el camino troncal que desde Ezpeleta iba “para ese lado”; llegamos al cruce con el Camino Calchaquí  (donde vimos el edificio en el que funcionaba el laboratorio y centro de investigaciones de la estatal YPF) y – tras preguntar varias veces – averiguamos que “Los 25 ombúes” quedaba mucho más lejos, pasando el puente a la altura de la estación Bosques. Imposible llegar hasta ahí a pie; y todavía faltaba regresar a casa.

Quienes hoy quieran visitar el museo “Guillermo Enrique Hudson”, que funciona en el reconstruido rancho natal del escritor, llegarán con mayor facilidad desde la rotonda de Juan M. Gutiérrez; conviene consultar  en la web para obtener datos más precisos que los que podía proporcionarme en 1942 mi querida maestra. Tampoco es seguro que yo haya atendido bien sus referencias. Pero el intento de llegar de la mano de papá resultó al fin de cuentas un productivo paseo. No se dejen seducir por  la existencia de una estación “Hudson” en el ramal Quilmes-La Plata del ex Ferrocarril del Sud, ex Roca, ex ex servicio regular de trenes…  ni por los coquetos “Altos de Hudson”, cerca de la Maltería (ex), que se ven al ingresar en la autopista. Mejor consulten en la página web del Museo el mejor itinerario de acceso y, sobre todo, encuentren allí una buena provisión de datos sobre el escritor más las investigaciones  de quienes se han dedicado a perpetuar su memoria.

Encuentro con “Allá lejos…”

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La desmesura de iniciar este artículo con ínfimas vivencias personales, sólo parece justificable cuando resulta que ellas condujeron al descubrimiento de Far Away and Long Ago y de otros tramos de la vida y obra de ese anglopampeano llamado William Henry Hudson. Narraciones autorreferenciales que abundan en él se encuentran también en otros de sus libros (cuentos, novelas, poemas, ensayos, informes sobre observaciones  ornitológicas), y ello los hace aun más interesantes. Quizá no todos sean hoy accesibles, si bien sus traducciones tuvieron buena prensa en la Argentina y en nuestra América hispana; no olvido las cuidadas ediciones que supo presentar Santiago Rueda años atrás, ni el suntuoso volumen de la ya extinguida Casa Peuser.

Pero no fue intención de Hudson escribir una autobiografía cuando, en la Inglaterra de 1918, se puso a redactar Allá lejos y hace tiempo. Fue bien consciente de la composición veloz aunque algo desordenada de este libro, redactado en breve lapso y con plena lucidez después de una enfermedad. Se advierten estados de ánimo de intensa felicidad y también de melancolía durante su escritura. Quizá quepa catalogarlo en un género mixto, menos próximo al de las “memorias” que al de una recreación imaginativa de episódicas e intensas experiencias de infancia y juventud. No todo se recuerda ahí “como fue”; las percepciones son diversamente rememoradas dentro de sus respectivas circunstancias de edad y entorno; la memoria suele ser infiel; los intereses y deslumbramientos de cada etapa deforman o modifican el contexto aun  en los momentos más sagaces de la escritura.

Atrévome a añadir que el mismo vocablo “Autobiografía” es contradictorio en los propios conceptos que lo forman. Pocos o nadie pueden escribir o dictar la propia vida, aun la atinente al mero “bios”, hasta el instante preciso de la muerte; ahí se dejarían de registrar los sufrimientos, las esperanzas y obnubilaciones, el eventual terror, implícitos en ese combate que es la agonía. Todo trabajo autobiográfico debiera de ser subtitulado “Automoribundia”. Los dos párrafos anteriores obtienen respaldo textual en este pasaje del Chapter XII:  

"This book has already run to a greater length than was intended; nevertheless there must be yet another chapter or two to bring it to a proper ending, which I can only find by skipping over three years of my life, and so getting at once to the age of fifteen. For that was a time of great events and serious changes, bodily and mental, which practically brought the happy time of my boyhood to an end. On looking back over the book, I find that on three or four occasions I have placed some incident in the wrong chapter or group, thus making it take place a year or so too soon or too late. These small errors of memory are, however, not worth altering now: so long as the scene or event is rightly remembered and pictured it doesn't matter much whether I was six or seven, or eight years old at the time. I find, too, that I have omitted many things which perhaps deserved a place in the book, scenes and events which are vividly remembered, but which unfortunately did not come up at the right moment, and so were left out."

 
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Marlon Brando as Marc Antony in Mankiewicz’s film (1953)

  Historias que Shakespeare no     escribió

               Aquí continúa el artículo titulado Duelo de oradores en el “Globe”, que tiene como eje la tragedia shakespeariana Julius Caesar;  de ésta examina, en especial, los alegatos escénicos puestos en boca de dos personajes centrales: Marcus Brutus y Marcus Antonius (según la grafía empleada en la edición que nos es accesible). Habíamos visto que el torneo oratorio es inventado  por el autor, ya que no podemos reconstruirlo con literal fidelidad y ni siquiera sabemos si tuvo o no lugar. En esencia, gira en torno de los méritos y deméritos atribuidos al eminante general y magistrado romano Julius Caesar, que acababa de ser ultimado de 23 estocadas en el Capitolio. Más que la persona del occiso, importa a los discurseadores extraer rédito político de la situación y conseguir el favor del público oyente.

            Una pieza teatral puede ser representada sin texto que la preceda, pero no sin los pre-textos que la sociedad y la historia le proveen en forma de lenguaje, convenciones, saberes y creencias. Aun el teatro del absurdo, ajeno en principio a los valores aceptados de la comunidad que lo tolera, contiene referencias por lo menos oblicuas a lo “normal y corriente”. Pero con libreto o sin él, el arte dramático no es Historia ni tiene por qué atenerse a la verdad histórica, suponiendo que ésta sea alguna vez íntegramente demostrable. Así expresada, esa convicción no dista mucho del dogma; pero sirve para alertar  en contra de la expectativa de hallar en una obra literaria (o artística en sentido amplio) un camino fácil para “aprender” con supuesta metodología científica cualquier tema que sea: historia, sociología, psicología o la raíz cúbica de pi al cuadrado.

            Esta prevención ha de acompañarnos en el disfrute de poemas, relatos, narraciones, obras de arte en general y las piezas shakespearianas en particular, ya que de una de ellas aquí se trata. Quizá sí podamos aprender en estas últimas algunos bellos usos del buen idioma inglés y un montón de ingenio conceptista excelentemente aplicado. Presentar los dos fragmentos textuales que se mencionan, conlleva una responsabilidad: la de solventar algunas presumibles reclamaciones que la extrañeza y el sentido común plantean. Aunque pretendamos haber deslindado los campos del teatro y de la historia a fin de no exigirles recíproca coincidencia, siempre se alzan las preguntas: ¿Cómo y por qué ocurrieron “de veras” los sucesos que el drama o la tragedia toman como pre-textos? Hay estudiosos de la literatura que rechazan formularse tal interrogante, ya que los desvía de su campo de investigación. A riesgo de incurrir en una desmesura inversa – y en un abuso del espacio disponible – ensayaremos unas pocas conjeturas en torno de la simple cuestión del cui prodest : ¿A quiénes perjudicaba la supervivencia de C.J. Caesar? ¿Quiénes creían beneficiarse con su muerte?
            Antes de enunciarlas, disfrutemos de la réplica de Marco Antonio al alegato del homicida Brutus. Impresiona el corrosivo sarcasmo iterativo de ese …but Brutus is an honourable man, con la voz y la puesta actoral de M. Brando en el ya mencionado film de Mankiewicz titulado Julius Cesar
“An actor should be able to create the universe in the palm of his hand”.
(Laurence Sterne)