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Los pacientes lectores de esta sección han de sentirse ya saciados de los temas históricos, literarios y teatrales que les he estado imponiendo. Aunque reincida en ellos, hoy se añade uno quizá más placentero, como que suele tocar de un modo sensible las fibras primordiales de la emotividad: la música. No la que algunos denominan “música pura”, así llamada cuando se aleja de motivaciones programáticas, narrativas, pictóricas, plásticas, ideativas o utilitarias, sino casi lo opuesto: la que alimenta entusiasmos, estimula esfuerzos, suscita adhesiones o repulsas.

Si el título de esta nota inclina la atención sólo hacia uno de los subgéneros musicales –  de los más populares, por cierto, las marchas, - -  no la circunscribe en exceso al destacar una de sus muestras: It’s a Long Way to Tipperary.  Hay razones de conveniencia para escogerla: su sencilla y simpática melodía (que cada banda musical interpreta al ritmo aconsejado por la circunstancia), y el hecho de que su letra o texto sea fácilmente entendible para estudiantes del idioma inglés. Hubo una anterior, solamente titulada "Tipperary" (an Irish County), que “prendió” menos en el favor de los melómanos. 




Sin más exordios, dispongamos  corazones y oídos para escuchar, bailando o marchando,  y repetir los versos; aquí va su link: 














y también esta versión por otro intérprete: 










No está mal  la que ejecuta, sin canto, una banda de los Irish Rangers, denominación que no sabemos con exactitud si hoy corresponde a un cuerpo militar de la República de Irlanda o a uno del Ulster ;  dejemos que lo aclare un estudioso de estos  temas: 

 


A  continuación, el  inicio de su texto:

Up to mighty London came
An Irish man one day,
All the streets were paved with gold,
So everyone was gay!
Singing songs of Piccadilly,
Strand, and Leicester Square,
'Til Paddy got excited and
He shouted to them there:
It's a long way to Tipperary,
It's a long way to go.
It's a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!
Goodbye Piccadilly,
Farewell Leicester Square!
It's a long long way to Tipperary,
But my heart's right there.
Paddy wrote a letter
To his Irish Molly O',
Saying, "Should you not receive it,
Write and let me know!
If I make mistakes in "spelling",
Molly dear", said he,
"Remember it's the pen, that's bad,
Don't lay the blame on me".
It's a long way to Tipperary,
It's a long way to go.
It's a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!Goodbye Piccadilly,
Farewell Leicester Square,
It's a long long way to Tipperary,
But my heart's right there.

Compuesta en 1912 por Jack  Judge, la marcha tiene unos cuantos versos más que han sufrido modificaciones al ser cantados por las tropas británicas en el frente de lucha de la World War I (primera Guerra Mundial, 1914-1918). Su primer registro discográfico data de 1914, con el sello Victor y la voz del tenor irlandés John Francis McCormack.  


Ilusión, nostalgia, esperanza

El ritmo gracioso, casi alegre de la tonada, trae por sí solo insinuaciones optimistas para quienes anhelan llevar a buen término una fatigosa marcha y continuar con vida después del riesgo asumido. Los versos que se cantan a su ritmo parecen dar aire al deseo de regresar pronto a los brazos de la amada, con desprecio de las riquezas y placeres que pavimentan las calles de la gran ciudad. Una buena dosis del mejor humor irlandés engalana la sencilla composición y tal vez haya ayudado a más de uno a disipar por momentos la melancolía de la coyuntura y aun el talante depresivo. Sólo la imaginación puede reconstruir algunos de los pensamientos que, más allá del aturdimiento inducido por el ritmo melódico de la marcha y la fatiga del trayecto dejado atrás,  hayan quizá pasado por la mente de los marchistas. Algunos, en vez de retozar de nuevo sobre las verdes praderas de Éire, debieron recorrer otro long way antes de arribar a las celestes mansiones.

Las marchas como música popular

Es penoso, para quien escribe en la propia patria, verse obligado a justificar que concibe a las marchas más difundidas como un subgénero de la música popular. Lejos está, por ende, de sacralizarlas hasta convertirlas en instrumentos de cierto revanchismo militarista siempre al acecho, como suele hacerse en los festejos conmemorativos de  lejanas gestas independentistas y las no tan remotas ocupaciones, rendiciones y fricciones emanadas de un legítimo reclamo territorial.
Son notorios los efectos excitantes y a la vez ofuscantes que los compases marciales tienen la virtud de infundir en el ánimo de escuadrones dispuestos al combate. Tanto más si van siendo cantados con versos que alientan a la lucha y a la destrucción de quienes se les opongan,  enemigos presuntos o reales. Si no propician el enfrentamiento armado, al menos animan a los que avanzan a paso firme en un orden cerrado o distendido. En los deportes de competición, azuzan para el ataque o la entereza moral del equipo al que apoyamos. No merecen elogios, por cierto, los peligrosos batallones de hooligans o de “barras bravas” que hoy proliferan en torno de ese magnífico deporte llamado football.
 Cuando la violencia de las hinchadas no estaba aun tan desbordada, podían oírse desde las tribunas los ingeniosos y un tanto soeces cánticos futboleros; pero también, antes de comenzar los partidos, escuchábanse los himnos compuestos o adoptados como homenaje para cada uno de los clubs que presentaban sus respectivos teams. Recuerdo, por ejemplo, que la melodía de la marcha It’s a Long Way to Tipperary fue utilizada como soporte musical para los versos de un himno del club atlético River Plate, como los tengo en la memoria a partir de la orquestación de Francisco Canaro y se escucha en:
Nos llenaba de orgullo que nuestro colegio – con sus abanderados al frente – se viese aplaudido por los espectadores apelotonados sobre las “veredas”; aplausos rubricados por la banda militar o policial que nos dictaba el ritmo desde los altoparlantes, haciéndonos creer que desfilábamos mejor que los mismos soldados. En verdad, sólo “marcábamos el paso” (como nos indicaban nuestras maestras), recuperando así el étimo de la palabra “marcha”. Aun en tiempos universitarios, cuando ya nos creíamos desligados de toda disciplina, marchábamos en grupos compactos y no alineados por las calles, entonando la “Canción del Estudiante” a ritmo de marcha, que de ninguna manera había sido imaginada ni compuesta así por el excelente músico Francisco García Jiménez
También cantábamos, a voz en cuello los “…Rivas, Díaz, Charlone y otros mil” que se mencionaban en la magnífica marcha Curupaití, compuesta por el “oriental” – y “negro” por añadidura – Cayetano Silva. Después dejaron de cantarse esos versos, tal vez para no ofender a los paraguayos ni enturbiar la buena armonía entre nuestro presidente y el dictador Stroessner. No estaría de más echar un vistazo a la biografía de ese meritísimo maestro de banda y músico Silva, casi olvidado no obstante haber compuesto también, entre otras, la internacionalmente admirada Marcha San Lorenzo (no “de” San Lorenzo!).

En suma: todavía no estaban tan envenenadas por los recelos recíprocos, como hoy, los vínculos sociales entre la institución militar y la comunidad civil, por más que en nuestra patria no hayan escaseado – desde 1810 – las chirinadas, los golpes militares defenestradores de gobiernos, las revoluciones a facón y degüello o a pura bala, la “Hora de la Espada” proclamada por el más grande de nuestros poetas, Lugones, y ejecutadas por generales financiados por la banca y el petróleo, en ese vaudeville político-castrense escenificado desde 1930 y 1943 en adelante.

Lejos de aceptar las interpretaciones “militaristas” de este escrito, se intenta evocar aquí  las resonancias populares de la música mejor llamada “marcial” que “militar”. Ese abordaje requiere conocimientos de repertorios y géneros musicales que el autor está lejos de poseer. De ahí que deba limitarse a las escuetas ejemplificaciones que, lejos de agotar la vastedad del tema,  habilitan un excurso hacia las afamadas posibilidades rítmicas del idioma inglés.- 
El nombre y la cosa

En inglés, el verbo to march , sus conjugaciones y el sustantivo march difícilmente son confundidos con martial  y sus acepciones, a saber: 1. Of, relating to, or suggestive of war.-2. Relating to or connected with the armed forces or the profession of arms.-3. Characteristic of or befitting a warrior. Por insuficientes que sean las definiciones, parece adecuada la que denomina march  (como género musical)  a la  piece of music with a strong regular rhythm which in origin was expressly written for marching to and most frequently performed by a military band.- De inmediato se levantarán reparos alusivos a la polisemia del vocablo, por sus diversos significados vastamente difundidos y la extensión de su uso, no circunscripta al ámbito castrense. Pensemos tan solo en las marchas nupciales (la de Oberon y Titania en la música para A Midsummer Night’s Dream-Ein Sommernachtstraum, de Mendelssohn-Bartholdy, y la coral, muy ceremoniosa de Richard Wagner para su Lohengrin);  las de pausado compás fúnebre como la del cortejo de Siegfried en Götterdämmerung; las plenas de frescura y vitalidad del norteamericano John Philip Sousa que dieron fondo a tantos films de cowboys (o westerns) , así como la sempiterna "Anchors Aweigh" de Zimmerman y Miles que acompañaba los noticieros estadounidense  de la 2ª Guerra Mundial. 
Presumibles orígenes de las marchas

La inutilidad de saber “el origen” de algo como condición de su mejor conocimiento actual, no exime a los humanos de escudriñar el pasado. Hasta que no podamos leer en los registros que – según algunos – guardan los sucesos de todo el universo, nos conformamos con imaginar grupos humanos prehistóricos caminando, provistos o no de rudimentarias armas, en busca de presas animales o de adversarios. Si la marcha es larga y el terreno llano, no es de extrañar que se establezca entre los integrantes un ritmo espontáneo de desplazamiento, quizá acompañado de un golpeteo o parloteo a compás que aliente la acción. Es una conjetura sin asidero probatorio, sólo fundada en la hipótesis de un ritmo biológico, propio de todos los seres vivos, que se manifiesta en la variación regular de los movimientos musculares. Éstos no suelen desarrollarse de un modo continuo, sino sujetos a ciclos o períodos dependientes de factores externos, ambientales, cósmicos, o bien internos como el tono muscular, los latidos del corazón, la función respiratoria, la tendencia a expresar emociones con la voz (canto) o con el cuerpo (baile, marcha).

Y en tiempos más cercanos, cuando astillas de los tacos de los borceguíes saltaban sobre el  pavimento y el adoquinado de las calles internas del cuartel durante extenuantes ensayos de desfiles, sonaba a gloria si alguna sección de la banda del regimiento daba el compás de la marcha y aun más si podíamos cantarla. Entonces la melodía y su ritmo actuaban como un mantra sobre el conjunto de reclutas, infundiendo energía bajo esa bóveda electrizada de sonido y ritmo. Hoy, la ciencia físicoacústica explora esa clase de efectos, sin llegar tal vez a calibrar todo su influjo emocional y energético cuando a ellos se añade el imán de las voces humanas simultáneamente entonadas. Marguerite Yourcenar declararía esos influjos  análogos al de la misa otrora cantada en latín en las ceremonias católicas, sin darles una interpretación sobrenatural o mística [ver de esta autora el artículo titulado Lo Yoga della Potenza en el libro El Tiempo, gran Escultor , ed. Taurus/Alfaguara, Madrid 1999].

La profesionalización de las bandas militares, que se aceleró en el siglo 19, hizo de ellas un factor de entusiasmo patriótico y de lucimiento social. Sus músicos y conductores desarrollaron altos grados de habilidad en la materia y algunos de ellos descollaron como compositores e intérpretes. Además de marchas, supieron ejecutar melodías del repertorio universal y folclórico además de música sinfónica transcripta  para vientos y percusión. Compositores célebres no desdeñaron incluir tiempos marciales en sus sonatas y sinfonías; a su turno, eminentes directores de bandas militares compusieron inolvidables marchas, polcas y valses. Mencionemos tan solo el Radetzky Marsch de Johann Strauß, el Florentiner Marsch del checo Julius Fučík y la apasionante serie de marchas, valses y polcas del austríaco Karl Michael Ziehrer. Están muy difundidos en placas y otros soportes de grabación de todo el mundo, y no queremos abusar de citas de internet a fin de evitar demandas resarcitorias.

Carlos Haller
versión completa en: 
http://reyaller.wordpress.com/