Caliban: As wicked dew as e’er my mother brush’d
With raven’s feather from unwholesome fen
Drop on you both! a south-west blow on ye
And blister you all o’er! …
… This island’s mine, by Sycorax my mother,
Which thou takest from me. When thou camest first,
Thou strokedst me, and madest much of me; wouldst give me
Water with berries in’t; and teach me how
To name the bigger light, and how the less,
That burn by day and night: and then I loved thee,
And show’d thee all the qualities o’ th’ isle,
The fresh springs, brine-pits, barren place and fertile:
Curs’d be I that did so! …
… You taught me language; and my profit on’t
Is, I know how to curse. The red plague rid you
For learning me your language!

The Tempest, Act I, Scene 2

Caliban le enseña al bloguero

Vos también, como tantos, te has hecho el cuento de una autobiografía imaginaria, novela o mito personal o familiar de cuyos datos ya no podés guardar certezas y en cuya veracidad creés casi como en un dogma. A punto tal que no vacilás en relatarlos de cándida buena fe, sin temer siquiera que amigos y conocidos de otrora te desmientan. Hoy te toca revivenciar tu primera experiencia con “Ariel”; no la shakespeariana todavía, sino la del insigne intelectual, escritor y político uruguayo José Enrique Rodó (15 de julio de 1871 - 1 de mayo de 1917).

Desde 1943 estabas “sensibilizado” para la política, y si bien no ingresaste en ningún partido, al llegar a Mar del Plata frecuentabas la redacción del diario vespertino “El Trabajo”, de orientación “socialista” y municipalista,  onda Teodoro Bronzini. En 1949 y 1950, con algunos compañeros de colegio, “escritorzuelos y poetas”, fundaron y editaron una revista literaria titulada “Ariel”, de la cual fuiste secretario de redacción y llegaste a componer la presentación del primer número. Fue la única experiencia de auténtico “periodismo independiente” que tuviste en la vida, ya que los consejos orientadores de don Félix de Ayesa abarcaban tan solo “aspectos técnicos” mientras que los juveniles redactores y colaboradores debatían unos contra otros desde las propias páginas de la publicación, y la escasa publicidad que conseguían provenía del favor de algunos parientes “burgueses”. Tal vez haya algún ejemplar archivado en la biblioteca del colegio nacional “Mariano Moreno”, donde intentabas recibirte de bachiller junto a Néstor Martínez de Hoyo, Dora y Elsa Antoñanzas, Horacio Demóstenes Ayesa y Aurelio Junco.

¿Qué vieron ustedes en el Ariel de Rodó que les inspirara el antojo de dar ese nombre a la revista y al “círculo de la juventud Ariel” como pomposamente se designaban? Creo que fueron llevados a ello por la enorme dosis de idealismo americanista que ustedes atesoraban, incentivados por la bella escritura rodosiana. Si ese fue el eficaz anzuelo ideológico, pronto tuvieron que pagarlo frente a las burlas y el escarnio de otros coetáneos que lo criticaban desde las trincheras clericales, positivistas y “bolches”. ¡Vaya si éstos tenían razón en muchos de sus planteos! Hoy no parece importarte demasiado indagar tu propia justificación por ese deslumbramiento acrítico, sino mostrar a jóvenes actuales y no tan de hoy, la virtud educativa y elevadora que aún irradia la prosa arielina, siempre que no sucumban de un modo unilateral a ese susurro idealizador…

                                                                  

…Que necesita ser desmitificado, sin duda, o “desmistificado” como antes decían los camaradas del Partido. Corren rumores – casi deseos – de un resurgir de la espiritualidad por arriba de las instituciones religiosas, viejas o recientes. Bienvenidos, si implican el renacer del entusiasmo por construir puentes que unan extremos argentinos y americanos casi inconciliables. Pasarelas cuyo cielo sean valores, tengan el lenguaje como barras laterales de elevación, y como estructura una sólida y equilibrada economía material. Todo puente necesita al menos dos cabeceras donde apoyarse; si ambas forman un solo conglomerado indistinguible, no hace falta puente alguno ni caminantes que lo crucen.

Hace algo más de cien años, cuando se escribió el “Ariel” de Rodó, los EE.UU. de N.A. ya eran vistos como potencia social y económica amenazante por el resto de las naciones del continente. Esa supremacía no ha dejado de aumentar en la región, aunque va perdiendo terreno en el mundo mientras crecen otros gigantes. A la época finisecular del XIX e inicial del s. XX corresponde una acentuación de la autoconciencia iberoamericana, con vertientes nacionalistas, liberales y socialistas en dosis diversas. Rodó se sumó a esa autoconciencia desde los brillantes alegatos de su “Ariel” y un acentuado idealismo, llegando por momentos a soñar en una Iberoamérica unida en lo político y cultural. No era el adjetivo “iberoamericano” una designación arbitraria, ya que incluía al inmenso Brasil y tal vez imaginara que por gravitación atrajera  núcleos poblacionales menores aún dependientes de otras metrópolis europeas.

El siglo largo transcurrido desde la escritura del “Ariel” vio irrumpir en los escenarios públicos nuevos contingentes humanos, ya lejos el casi espontáneo mitin obrero de adhesión o protesta. Ahora eran cuadros civiles uniformados, armados y adiestrados; grupos insurrectos de color de piel diverso de la de los colonizadores; manifestantes urbanos que impiden la circulación y el funcionamiento de los servicios; pueblos originarios mimetizados con la montaña y la selva que se agrupan en reivindicación de recursos naturales. Con el reclamo prepotente de educación intelectual que deje sitio a expresiones irracionales de barbarie. Con la capacidad de denostar y escupir al opresor hasta entonces intocable. Los nobles, autoritarios Prósperos y los adaptativos Arieles se ven confrontados de hecho con insurgentes Calibanes, cuya resistencia asombraba a lectores de la Tempest shakespeariana y que hoy han adquirido prestigio cultural en doctrinas de rebelión descolonizadora, compendiadas por escritores como F. Fanon, J.P. Sartre, Roberto Fernández Retamar y otros. Ellos han retorcido el cuello al planteo arielista, volcándolo hacia ejes argumentales que dificultan reasumir el discurso idealista originario.

Es imprescindible contar con estas realidades para entender las fronteras del enfoque arielino, y así ya lo veían quienes arrojaban contra vos y conmilitones las befas que merecíais por haber creado en la Mar del Plata “fenicia”algo digno: el círculo de la juventud “Ariel” y su revista.

El sueño de una integración sur- y centroamericana fue un espejismo desde el comienzo de las gestas emancipadoras, como lo demostró la fragmentación política de nuestros embriones de naciones. Y la unidad de una lucha contra la hegemonía de Norteamérica nunca convino económicamente a las “burguesías patrioteras”. Sobre ese elemental fondo de realidades merece ser leída y rescatada – con sus insuficiencias – la señera posición de José Enrique Rodó a lo largo de su proficua obra, desde que ”Ariel” la hiciera conocer en todo el mundo ilustrado para inspiración de sucesivas generaciones juveniles.

Va de suyo que los fragmentos citados a continuación no suplirán la gozosa e imprescindible lectura del breve libro original. Estudiantes de inglés, así como lectores que tienen a ese idioma como lengua materna, no encontrarán difícil comprender en los siguientes textos la fluida prosa del gran maestro montevideano.- C.H.

Citas de “Ariel” en  inglés : http://www.humanistictexts.org/rodo.htm#Introduction

Nota de la Editora: a continuación se detallan las Fuentes que Carlos Haller utilizó para ilustrar su artículo. Luego de su enumeración, bajo el "Read more...", se encuentran aquellos textos que el autor ha escogido y mencionado en su colofón y que esta editora no tuvo ni la intención ni el coraje de retacear... ya que todos nos sirven para pensar las cosas de un modo diferente.

Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira el cielo, el cielo la mira. Sobre su masa indiferente y oscura, como tierra del surco, algo desciende de lo alto. La vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas manos de sembrador.-
 J.E. Rodó

Fuentes

  • Obras completas de José Enrique Rodó (1948): compilación y prólogo por Alberto José Vaccaro [1096 pgs.] – Buenos Aires, Ediciones Antonio Zamora/Ed. Claridad.
  • Citas en inglés: from Ariel by José Enrique Rodó, translated with an introductory essay by F. J. Stimson. Houghton Mifflin Company, Boston and New York, 1922.
  • A modern translation is available in Ariel by José Enrique Rodó, translated by Margaret Sayers Peden, forword by James W. Symington, prologue by Carlos Fuentes. University of Texas Press, Austin, Texas, 1988.
  • Sartre, Jean-Paul (1965): Colonialismo y neocolonialismo (Situations, V).- Trad. De J. Martínez Alinari.- Buenos Aires, Ed. Losada.-
  • Shakespeare, William (1937): The Tempest, in: The Works of  W. Shakespeare, Complete.-  Black’s Readers Service Co., New York.-