Recuerdos sobre recuerdos 

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Traducción de Fernando Pozzo, Quilmes
He aquí un escrito sobre recuerdos propios y ajenos; estos últimos son los que importan, pues pertenecen a un escritor en lengua  inglesa que nació y vivió varios años sobre la pampa argentina: William Henry Hudson. Agosto le tiene adjudicadas dos efemérides: la de su venida al mundo y la de su muerte. Ambas conmemoraciones suelen implicar sendos significados de homenaje. Una larga vida pide que seamos agradecidos y pidamos disculpas por el abuso del “yo autobiográfico”, tan en boga desde atriles y tribunas.

Todo/a  improbable lector/a que se asome a estas líneas advierte la embarazosa incomodidad que sufro al intentar someterme a cánones de la lengua oral y escrita hoy exigidos por corrientes igualitaristas de géneros. También la voz “embarazosa”, en el enunciado que antecede, será tildada de sexista al adjetivar un término alusivo a una situación molesta y oprimente, bien que sin connotación despectiva. Convenciones lingüísticas de larga data se deben sustituir con feos artilugios tipográficos (barras u otros equívocos signos), hasta que el escribiente aprenda a usar un vocabulario y una sintaxis – un y una – compatibles con estos nuevos vientos de reivindicación idiomática.

Adivinarán también (él o ella) la edad del que aquí escribe apenas tropiecen con su propensión memoriosa, empeñada/ en resucitar imágenes de personas ya muertas en vez de adorar tan solo a los ídolos deportivos, televisivos o políticos vivientes. En este homenaje a Hudson incluyo a mi maestra de segundo grado de la escuela nº 1 de Quilmes, señorita Casabona, cuyo prenombre nunca supo, ya que por aquel tiempo no se usaba llamar a las docentes por el nombre de pila ni se acostumbraba a pegarles, a tajearles el guardapolvo o a rayar la pintura de sus modestos autitos… en la eventualidad de que los hayan poseído.  De aquella docente/a recibí el estímulo de registrar con cuidado las percepciones que obtuviese en mi largo trayecto cotidiano entre hogar y escuela, y de anotarlas o aun dibujarlas en un cuaderno “de impresiones”, diverso de aquel donde  escribía mis “deberes”. Fue ella quien mencionó que un libro de Hudson había sido traducido al castellano por un médico de Quilmes, el Dr. Fernando Pozzo y su esposa, la Profesora Celia Rodríguez – hermosa edición de Peuser que ya no encuentro en librerías. Dijo también que el propio Hudson había nacido en un rancho de ese distrito, “para el lado de Florencio Varela”, dato cuya imprecisión (y mi desconocimiento de la geografía regional) me animó a pedir a mi padre que un domingo me llevase hasta allí. Caminamos casi legua y media por el camino troncal que desde Ezpeleta iba “para ese lado”; llegamos al cruce con el Camino Calchaquí  (donde vimos el edificio en el que funcionaba el laboratorio y centro de investigaciones de la estatal YPF) y – tras preguntar varias veces – averiguamos que “Los 25 ombúes” quedaba mucho más lejos, pasando el puente a la altura de la estación Bosques. Imposible llegar hasta ahí a pie; y todavía faltaba regresar a casa.

Quienes hoy quieran visitar el museo “Guillermo Enrique Hudson”, que funciona en el reconstruido rancho natal del escritor, llegarán con mayor facilidad desde la rotonda de Juan M. Gutiérrez; conviene consultar  en la web para obtener datos más precisos que los que podía proporcionarme en 1942 mi querida maestra. Tampoco es seguro que yo haya atendido bien sus referencias. Pero el intento de llegar de la mano de papá resultó al fin de cuentas un productivo paseo. No se dejen seducir por  la existencia de una estación “Hudson” en el ramal Quilmes-La Plata del ex Ferrocarril del Sud, ex Roca, ex ex servicio regular de trenes…  ni por los coquetos “Altos de Hudson”, cerca de la Maltería (ex), que se ven al ingresar en la autopista. Mejor consulten en la página web del Museo el mejor itinerario de acceso y, sobre todo, encuentren allí una buena provisión de datos sobre el escritor más las investigaciones  de quienes se han dedicado a perpetuar su memoria.

Encuentro con “Allá lejos…”

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La desmesura de iniciar este artículo con ínfimas vivencias personales, sólo parece justificable cuando resulta que ellas condujeron al descubrimiento de Far Away and Long Ago y de otros tramos de la vida y obra de ese anglopampeano llamado William Henry Hudson. Narraciones autorreferenciales que abundan en él se encuentran también en otros de sus libros (cuentos, novelas, poemas, ensayos, informes sobre observaciones  ornitológicas), y ello los hace aun más interesantes. Quizá no todos sean hoy accesibles, si bien sus traducciones tuvieron buena prensa en la Argentina y en nuestra América hispana; no olvido las cuidadas ediciones que supo presentar Santiago Rueda años atrás, ni el suntuoso volumen de la ya extinguida Casa Peuser.

Pero no fue intención de Hudson escribir una autobiografía cuando, en la Inglaterra de 1918, se puso a redactar Allá lejos y hace tiempo. Fue bien consciente de la composición veloz aunque algo desordenada de este libro, redactado en breve lapso y con plena lucidez después de una enfermedad. Se advierten estados de ánimo de intensa felicidad y también de melancolía durante su escritura. Quizá quepa catalogarlo en un género mixto, menos próximo al de las “memorias” que al de una recreación imaginativa de episódicas e intensas experiencias de infancia y juventud. No todo se recuerda ahí “como fue”; las percepciones son diversamente rememoradas dentro de sus respectivas circunstancias de edad y entorno; la memoria suele ser infiel; los intereses y deslumbramientos de cada etapa deforman o modifican el contexto aun  en los momentos más sagaces de la escritura.

Atrévome a añadir que el mismo vocablo “Autobiografía” es contradictorio en los propios conceptos que lo forman. Pocos o nadie pueden escribir o dictar la propia vida, aun la atinente al mero “bios”, hasta el instante preciso de la muerte; ahí se dejarían de registrar los sufrimientos, las esperanzas y obnubilaciones, el eventual terror, implícitos en ese combate que es la agonía. Todo trabajo autobiográfico debiera de ser subtitulado “Automoribundia”. Los dos párrafos anteriores obtienen respaldo textual en este pasaje del Chapter XII:  

"This book has already run to a greater length than was intended; nevertheless there must be yet another chapter or two to bring it to a proper ending, which I can only find by skipping over three years of my life, and so getting at once to the age of fifteen. For that was a time of great events and serious changes, bodily and mental, which practically brought the happy time of my boyhood to an end. On looking back over the book, I find that on three or four occasions I have placed some incident in the wrong chapter or group, thus making it take place a year or so too soon or too late. These small errors of memory are, however, not worth altering now: so long as the scene or event is rightly remembered and pictured it doesn't matter much whether I was six or seven, or eight years old at the time. I find, too, that I have omitted many things which perhaps deserved a place in the book, scenes and events which are vividly remembered, but which unfortunately did not come up at the right moment, and so were left out."