Shakespeare
"Duelo de Oradores en el Globe"

Los pretextos de un texto dramático 

[Auténtico fragmento de un manuscrito apócrifo de comienzos del siglo XVII]

“Soy un sujeto asaz común y corriente. El extraño es el otro, el de la casa de al lado, con el que apenas solemos intercambiar un gruñido de saludo convencional. Pero ayer, al regresar de la lúgubre sentina donde cumplo mis tareas de contable, me ve al salir de su vivienda y me dice: “Tengo dos billetes para el domingo en el Globe. Dan una buena, dicen, bien trágica y sangrienta; no de esas que son puros gritos y ni siquiera se ve el cadáver. Comienza a las dos; son como cinco actos. Lo invito”.  Acepto para no ser descortés y desaburrir la tarde. Asegura que los boletos son de asientos en la tercera galería alta, no los de un penny para aguantar toda la función de pie en el courtyard. Convenimos en encontrarnos allí.

Hoy es domingo, tibio y soleado. La función no se suspenderá por lluvia. Como un frugal almuerzo y voy caminando. El ejercicio me hace bien, aunque la distancia no es corta: hay que atravesar el  puente ya que este nuevo teatro, inaugurado hace sólo dos años, ha sido construido en el Southwark por ser allí menos costoso el arriendo del terreno. Puntual como buen inglés, está mi vecino esperándome con las entradas. Trepamos a la galería alta, de madera como todo el edificio. Nunca lo había visto por dentro: es circular, espacioso, con el cielo por techo salvo en los bordes donde una pestaña de juncos o paja apenas cubre las galerías. El otro comenta: “Muy concurrido hoy. Gente de la gentry y algún noble, bastante mezclados excepto con los plebeyos de pie sobre el piso de piedra del atrio. Si los dejaran, estos últimos traerían los toscos bancos de la taberna para sentarse. Pero entonces no verían lo que sucede en el stage y se pararían encima de los asientos. Alguna vez se le ocurrirá a alguien alquilar sillas en la planta baja y entonces la chusma no vendría a meter tanto ruido con sus gritos y carcajadas. Y si todas las noches fuesen de luna llena, y ésta iluminase como el sol, hasta podrían darse funciones después de las ocho”. 

Tipo loco este vecino mío, digo para mí; le sobran ocurrencias raras. Falta que sostenga la posibilidad de poner techo a todo el teatro y así veríamos comedias y tragedias durante el año entero, con cualquier temperatura. Habría que iluminar el interior con antorchas y calefaccionar con braseros… Pero ahora también se me antojan tonterías como a él: a la menor chispa, todo el edificio ardería con los espectadores adentro. A menos que los propios utileros le prendan fuego. No hay que ser agorero.

                                 * * * 

Hoy, martes, continúo lo anotado el domingo. La función del “Globe” se había extendido por más de tres horas. Aunque el escenario no cambiaba sino por el quite o desplazamiento de unos pocos utensilios indicativos de cada escena, los cinco actos del drama se arrastraban con cierta pesadez a lo largo de conceptuosos parlamentos recitados a toda voz, que sin embargo me eran a veces ininteligibles. Cierto es que los actores rubricaban sus dichos con gestos vigorosos y lucían sus ropajes estridentes, muy semejantes a los que se ven en la corte de Su Majestad nuestra Reina. La mejor escena es cuando a cuchilladas matan al ambicioso de quien habían hablado tan mal, y cuya sangre vimos salpicar sobre una estatua blanca que alguien olvidó quitar del escenario. Y también el grupo de mirones que se arremolinó en derredor del cadáver para escuchar a dos oradores aparentemente rivales. Después, nuevos personajes que llegan, discuten y deciden vengar al muerto. Mueren algunos más y ahí termina la tragedia. 

Me gustan más las comedias, aunque mi vecino parecía impresionado. Para corresponder a su invitación, lo convidé a beber unas copas en una public house donde permanecimos dos horas en amena y honesta conversación: Honni soit qui mal y pense…

Mientras calentábamos el garguero, el otro me explicó que la pieza dramática había sido escrita, al parecer, por uno de los socios de la comandita teatral que había hecho construir el “Globe”, y que el texto aún no circulaba impreso por precaución de que otras compañías rivales no se lo birlaran. También dijo que la tragedia se titulaba Julius Caesar, aunque este personaje era el que menos actuaba en aquélla, si bien había llegado a ser casi un rey en Roma; había conquistado varios países e incluso depredado partes de nuestro territorio insular, razón por la cual pensé – sin decirlo – que por entrometido me alegraba de que lo acuchillaran y, si venía de Roma, casi seguro era papista.

Explicó unas cuantas cosas más, con un entusiasmo rayano en el fanatismo, pero no recuerdo los pormenores. Salimos del pub o tavern o como se le diga, bastante achispados, dándonos mutuo sostén corporal y apoyo coloquial hasta llegar finalmente a nuestras respectivas viviendas. Antes de despedirnos, prometió que en breve me invitaría a mirar otra tragedia o comedia de ese mismo autor… ¿cómo era que se llamaba?...”

                                                         [fin del manuscrito]